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Opinión
Portada de 'Torrente', el cine casposo que triunfa en España.

La crisis del cine español (artículo de opinión)

Las estadísticas dicen que ha descendido de manera alarmante el número de espectadores que acude al cine a ver películas autóctonas. Este desinterés, que es paulatino y que en 2004 alcanzó su máxima expresión, ha puesto en estado de alerta a todo el estamento cinematográfico, desde las productoras hasta el ICAA (Instituto de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales), pasando por las distribuidoras. Lejos de reflexionar sobre las causas de este fenómeno, la ministra de Cultura, Carmen Calvo, incurrió recientemente en unas desafortunadas declaraciones según las cuales la razón de esta crisis estriba en la vulgarización del público español, que se ha acostumbrado a consumir un tipo de cine made in Hollywood que resulta refractario a lo que se hace en nuestro país. La primera pregunta que uno se plantea ante semejante conclusión es: ¿para qué sirve un ministro si, antes que buscar soluciones que enmienden el mal, responsabiliza del mismo al público (así, en abstracto, para no entrar en polémica con nadie)? Un desbarre como éste exige una dimisión inmediata o, cuando menos, cantar la palinodia, pero nada de eso se ha hecho, ya que en este país las meteduras de pata no acarrean consecuencias de ninguna clase.

En el fondo, yo también opino, como la ministra, que los gustos del público tienden a lo pedestre, mas eso no justifica, en ningún caso, que la labor de un político sea echar balones fuera y elegir un chivo expiatorio que, por si fuera poco, resulta tópico y manido. Qué menos que un poco originalidad cuando se pretende escurrir el bulto. Maniobras de distracción aparte, la excusa aducida por Carmen Calvo es de todo punto insuficiente para explicar esta situación anunciada y agónica, cuanto más para paliarla, pues la colonización cultural norteamericana a la que alude repercute por igual en todo Occidente y, sin embargo, sus efectos se dejan sentir con más intensidad en nuestro territorio.

Lo primero que habría que hacer es preguntarse de qué modo estamos imbuidos e influidos por la cultura exportada desde los EE.UU.; y lo segundo, si eso es realmente malo. Cualquier persona que tenga un poco de criterio considerará que películas (por darlas un nombre) como 'American Pie' o 'Road Trip' son mediocres, y que el hecho de que obtengan altos ingresos en taquilla es un pésimo síntoma. Ahora bien, ¿acaso puede decirse que filmes vernáculos como 'Torrente' o 'Isi/Disi' tienen un guión más inteligente? Es evidente que no y, aun así, son a la postre las que más espectadores arrastran a las salas de cine. Por lo tanto, la primera conclusión es que, así como las películas norteamericanas más vistas son las más banales, así también las producciones españolas más exitosas son las que se realizan a imitación de aquéllas. En este tipo de cine, que podríamos denominar escatológico, lo que prima es el humor de brocha gorda confeccionado a partir de esputos y regüeldos. Por desgracia, esto es lo que más atrae al público, no sólo español. No conviene obviar que cada película cumple una función determinada, y que lo que busca la mayoría de espectadores cuando va al cine es pasar un momento divertido. Las disquisiciones filosóficas no abundan en el mercado cultural, y en eso el cine no es una excepción. No obstante, el mercado es tan heterogéneo que todos los intereses tienen cabida. Alguien que sostenga que no hay cine de autor es que tiene una venda en los ojos. Siempre lo ha habido y siempre lo habrá, y si no, ahí están los Lars von Trier, David Lynch, Martin Scorsese o, por poner un ejemplo cercano, Julio Medem.

De todo lo dicho, se colige que un efecto deletéreo que ha tenido la colonización cultural de los EE.UU. sobre nuestro cine es la proliferación de películas que remedan su temática vulgar. Ésta es una consecuencia que flota en la superficie, pero hay otra que está más oculta y que es tan o más importante. Me refiero, en concreto, al desplazamiento del cine por las series de ficción. Aunque la televisión no consiguió acabar con el cine, sí que absorbió buena parte de su mercado. Desde luego, cuenta con dos grandes ventajas frente a aquél: no hay que pagar por ver (me centro en el caso español, no en el de otros países como Francia donde se paga un canon) y no hay que salir de casa. En España se ha hecho una apuesta muy fuerte por las series, que implican menos costes que las películas y que son más rentables. Un botón de muestra es Telecinco, que hace poco decidió invertir buena parte del presupuesto destinado a comprar derechos de emisión de filmes en el fomento de series, que tan buenos resultados económicos le están dando desde que se estrenara '7 Vidas'. Imagino que el resto de cadenas privadas (y quién sabe si también públicas) no tardará en seguir el ejemplo preconizado por Alejandro Echevarría y Paolo Vasile, adalides del interés pecuniario. De hecho, la productora de José Luis Moreno, Miramon Mendi, ya ha anunciado su intención de crear otra serie a la estela de 'Aquí no hay quien viva', revelación catódica y producción líder de Antena 3. Así no es de extrañar que se quejen de las subvenciones al cine que el Gobierno les impone, que para ellos no son más que pérdidas.

El auge de las series es un reflejo de lo que viene ocurriendo en EE.UU. desde la década de los setenta con series precursoras e innovadoras como 'Cheers', 'Luz de Luna', 'Friends' o la más reciente 'C.S.I.'. Esto repercute en el cine de dos maneras: por un lado, le resta público y financiación; y, por otro lado, ante la imposibilidad de hacerles la competencia, las películas se transforman en un género espurio a mitad de camino entre una y otra. Sendos ejemplos de esta hibridación lo constituyen 'El otro lado de la cama' y 'Días de fútbol', ambas con guión de David Serrano, que es el autor de este vitando mestizaje. Que el cine se vea abocado a una realización deudora de las series televisivas es, sin duda, muy negativo desde el punto de vista de la calidad, y más aún cuando las series modelo son 'Los Serrano' y 'Aquí no hay quien viva', auténticos blockbuster de la pantalla pequeña, pero cuyos guiones son mediocres y aun execrables a nivel ético. Buena culpa del estado de las cosas la tiene '7 Vidas', cuyo equipo de guionistas es considerado por muchos como la quintaesencia del ingenio, pero que a mi juicio sólo pergeña chistes fáciles y pretendidamente buidos. Si al menos se imitara a las series clásicas de los EE.UU., estas películas espurias serían un poco más dignas. En resumen, se puede decir que hemos asimilado mal la herencia norteamericana, transformándola en una materia corrompida.

El capítulo interpretativo también encuentra eco en este fenómeno contemporáneo. Nos hemos acostumbrado a ver desfilar a los mismos actores tanto en el cine como en la televisión. Quizás el paradigma más representativo de esto sea Fernando Tejero, aunque hay otros actores como Carmen Machi que no le van a la zaga, y que a buen seguro no tardarán en dar el salto al cine. Su ubicuidad puede llegar a ser agobiante. ¿De verdad los actores curtidos en los platós de televisión son aptos para el cine? También cabe la pregunta inversa: ¿todos los actores que han trabajado en el cine pueden adaptarse al formato televisivo? En este caso, se supone que la necesidad aprieta, y en nuestro país y eligiendo como oficio el de actor, no te queda más remedio que trabajar en televisión aunque no te guste lo que haces (porque ésa es otra: no se sabe de ningún actor de adscripción netamente cinematográfica que menosprecie a las series televisivas cuando ha trabajado en ellas; ¿habrá una especie de omertá?). En los EE.UU. estos flujos entre medios audiovisuales se suelen saldar en fracaso, como lo demuestra la escasa aceptación que el popular reparto de 'Friends' ha encontrado en el cine.

Si nos atenemos al plano estrictamente cinematográfico, veremos que sólo hay dos directores españoles que han triunfado a nivel internacional: Almodóvar y Amenábar. El primero debe su prestigio, granjeado principalmente entre los círculos intelectuales más liberales de los EE.UU. y de Francia, a que desde fuera se piensa que su visión de España es fiel a la realidad, lo cual es de una ignorancia supina. El segundo, por el contrario, ha hallado la fórmula del éxito en el seguimiento de los cánones norteamericanos. Por lo tanto, si para los extranjeros el cine de Almodóvar es la sublimación de la cultura española y el de Amenábar es una extensión muy lograda del cine estadounidense, ¿a qué pueden aspirar los demás cineastas? El Instituto de la Cinematografía ya fracasó estrepitosamente cuando intentó exportar a Hollywood a Fernando León de Aranoa como candidato a Mejor Película de habla no inglesa por 'Los lunes al sol', no superando ni siquiera la primera criba. Es bien sabido que para lograr el reconocimiento en tu tierra antes necesitas consagrarte fuera. Así las cosas, el panorama es poco halagüeño.

Quizá la solución pase por crear un cine original alejado de los modelos caducos contagiados por la televisión que recupere el interés perdido, aunque para ello también se precise de un cambio en la mentalidad del público. Mientras nadie tome medidas para atajar esta situación, habrá que esperar a que otro 'Mortadelo y Filemón' congregue a miles de espectadores en las salas de cine y, en el ínterin, algunos de nosotros suspiraremos con nostalgia recordando aquellos agudos guiones que firmaba Billy Wilder.

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Óscar Bartolomé

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