Sobre El Parnasillo

Baltasar Gracián es una de las figuras cimeras del Siglo de Oro, comparable a ilustres y coetáneos suyos como Quevedo y Lope de Vega, aunque no tan reconocido como ellos. Nació en Belmonte de Calatayud –desde 1985 pasó a llamarse Belmonte de Gracián en su honor–, provincia de Zaragoza, en 1601. Estudió Humanidades en el colegio jesuita de Toledo y entró en la Compañía de Jesús a los dieciocho años. Tras dos años de noviciado, estudió dos años de Filosofía y cuatro de Teología. Durante sus estancias en Huesca trabó amistad con el mecenas aragonés Juan Vincencio de Lastanosa, quien pronto se convertiría en su valedor. En la casa de éste conoció asimismo a otros intelectuales destacados como Uztarroz y Salinas, habituales de los cenáculos a los que era dado el anfitrión.
Gracián se inscribe dentro
del conceptismo. Todas sus obras se caracterizan por un estilo
alambicado e ingenioso, a un tiempo, y por un tono didáctico
heredado de Esopo y Marcial, dos de sus referentes. Su libro
más divulgado es el ‘Oráculo
manual y arte de prudencia’, al que pertenecen
muchos de los aforismos que he querido recoger en este artículo,
por considerar que son observaciones agudas de la vida y consejos
que no envejecen con el paso de los siglos. Al lector avisado
siempre le pueden ser útiles, hasta el punto de sentirse
identificado con muchos de ellos. El
resto de sentencias provienen de ‘El
discreto’, obra de menor envergadura que nuestro
autor utilizó como nutriente del ‘Oráculo
manual’. Gran parte de sus ideas aparecen reformuladas
en diferentes libros, pues en su perfeccionismo siempre buscaba
la expresión más certera.
El ‘Oráculo manual’ recuerda mucho a ‘El cortesano’, de Baltasar Castiglione, y a ‘El príncipe’, de Nicolás Maquiavelo. Si el escritor florentino confiaba su tratado a la gloria eterna de Lorenzo de Médicis, Gracián dedica sus obras al príncipe Baltasar Carlos, hijo de Felipe IV, y al señor don Luis Méndez, sucesor del conde-duque de Olivares.
Todos los libros de Gracián, excepción hecha de ‘El comulgatorio’, abordan una temática mundana. Por esta razón tuvo que sortear la censura de su orden religiosa y firmar con el nombre de su hermano: Lorenzo.
La obra de Baltasar Gracián no es muy extensa. Se compone de ‘El héroe’ (1637), ‘El político don Fernando el católico’ (1640), ‘El discreto’ (1646), ‘Oráculo manual y arte de prudencia’ (1647), ‘Agudeza y arte de ingenio’ (1648), ‘El criticón’ (publicado en tres partes: 1650, 1653 y 1657) y ‘El comulgatorio’ (1655). En vida vio cómo su opera prima era traducida al francés y, para su satisfacción, se encontró en la biblioteca de Felipe IV; pero no fue hasta una centuria después de su muerte que su nombre alcanzó gran repercusión. Se sabe que el ‘Oráculo manual’ influyó en los moralistas franceses La Rochefoucauld y La Bruyère, así como en los filósofos germanos Schopenhauer y Nietzsche. El primero de ellos, confeso admirador de la obra graciana, lo tradujo al alemán en 1861, y manifestó que ‘El criticón’ era el mejor libro que se había escrito. Como les sucede a otros muchos autores, Baltasar Gracián es más apreciado fuera del país que lo vio nacer que dentro.
Es difícil encontrar un escritor
que maneje el lenguaje con la maestría del aragonés.
En sus manos, las palabras fluían dúctiles y
maleables como la arcilla. A
su apabullante dominio de las figuras retóricas hay
que añadir un ingenio buido y penetrante. En los aforismos
que vienen a continuación se puede observar un amplio
abanico de tropos de todas las clases. Los más usados
por Gracián son el retruécano, al que también
era muy aficionado don Miguel de Unamuno,
la paronomasia y la aliteración, sin olvidar otros
recursos complementarios como la polisemia y la anfibología.
Estos juegos de palabras, que sin duda exigen un notable esfuerzo
de comprensión por parte del lector –con Gracián
no hay lectores pasivos–, se encuentran en todos los
géneros que cultivó, que no son pocos: la fábula,
el apólogo, el apotegma, el panegírico, la sátira,
la alegoría, el emblema, etc.
El ideal de Gracián es el varón sabio y discreto. Aunque a menudo se valga de ejemplos de héroes de la Historia y de la Mitología para reafirmarse en sus creencias, como Alejandro Magno o Hércules, sus consejos son aptos para todo aquel individuo sensato y audaz que quiera conocer mejor a sus congéneres para prosperar en sociedad. Visto así, sus obras tienen mucho de ensayos sobre psicología. Desde su torreón pesimista, el perspicaz jesuita oteaba la naturaleza del alma humana y extraía sus conclusiones para provecho de sus, por más que escasos, agradecidos lectores.
He aquí una buena representación de su talento. Los aforismos están ordenados alfabéticamente por categorías temáticas, algunas de ellas formadas por dicotomías.
Óscar Bartolomé