Sobre El Parnasillo

Un género cinematográfico que se ha puesto de moda en los últimos años es el épico. Películas como 'Gladiator', de Ridley Scott, o 'Troya', de Wolfgang Petersen, así lo atestiguan. De todas ellas, la que más expectación ha levantado y mejores críticas ha cosechado es la trilogía de 'El Señor de los Anillos'.Peter Jackson no ha defraudado a los miles de incondicionales de Tolkien y nos ha brindado tres películas con una realización impecable. Ha sabido traducir en imágenes el ubérrimo mundo ficticio del escritor sudafricano con una fuerza tal, que no es arriesgado decir que su representación de la Tierra Media va a quedar grabada en el imaginario colectivo como la auténtica, de modo que las nuevas generaciones que lean las novelas se figurarán a Aragorn con los rasgos de Viggo Mortensen. Jackson ha hecho un trabajo cuya magnitud se puede comparar a los dibujos que Gustave Doré creó para ilustrar el 'Quijote'.
Aquí sólo voy a analizar 'El Retorno del Rey'. No obstante, aludiré con frecuencia a las películas que le preceden.
Las tres tienen un punto en común,
que es un prólogo que Jackson ideó para que
los legos en las novelas de Tolkien aumentaran su caudal de
información y de este modo entendieran mejor la historia.
En 'La Comunidad del Anillo'
se trataba de una introducción relatada por Galadriel
(la voz de Cate Blanchett en la versión original) donde
se nos explicaba el fin de la Tercera Edad con la batalla
entre la alianza de hombres y elfos y las huestes de orcos
de Sauron. Aquí
se nos mostraba a Isildur, preboste de los humanos, cercenando
el dedo en que Sauron portaba el Anillo Único, fuente
de su poder, y corrompiéndose bajo su peso. La obertura
terminaba con el encuentro entre Gollum y Bilbo, cuando el
Anillo pasa a manos de este último. Con este prólogo,
el director narró sucintamente hechos que pertenecen
a 'El Hobbit', la novela que se puede considerar como el origen
de 'El Señor de los Anillos', y que su autor concibió
como un cuento infantil que leer a sus nietos. No sería
de extrañar que, habida cuenta de los pingües
beneficios obtenidos por la trilogía, se propusiesen
adaptar asimismo 'El Hobbit'.
Éste es un rumor que circula desde hace tiempo por
los mentideros cinematográficos, pero lo cierto es
que ahora mismo Peter Jackson se halla rodando un remake de
'King Kong', y es impensable que otro director se haga cargo
del proyecto.
El prefacio de 'Las Dos Torres' era espectacular; uno de los mejores momentos de la trilogía, sin duda. En esta impactante secuencia la cámara avanzaba a través de unos picos nevados. En un momento dado se podía distinguir a lo lejos un resplandor bermejo, al tiempo que se oían unas voces lejanas. A continuación, podíamos ver cómo Gandalf luchaba contra el Balrog en las profundidades insondables de Moria, donde caía en picado envuelto en llamas. La pieza de Howard Shore que acompañaba esta secuencia, 'Foundations of Stone', es una de las mejores de la banda sonora. El porqué de la inclusión de este prólogo está en indicarnos cómo Gandalf dejó de ser El Gris para convertirse en El Blanco, título que antes ostentaba Saruman.
La idoneidad de la introducción
de 'El Retorno del Rey' es más discutible. En ella
se nos explica cómo Sméagol encontró
el Anillo Único, cómo mató para conseguirlo
y de qué forma se deterioró al portarlo, hasta
llegar a su estado actual, decrépito y lastimoso. Yo
no creo que aporte gran cosa a la historia, y tiendo a pensar
que su presencia responde al lucimiento de Andy Serkis, el
actor que interpretó a Gollum; no físicamente
(salvo en esta secuencia inicial), sino ejecutando sus movimientos
para crear con ellos, efectos digitales mediante, a la estragada
y atormentada criatura. Lo
peor de este prólogo son las interpretaciones, tanto
de Serkis como del actor que encarna al hobbit al que asesina
impelido por la maldad que le inspira el Anillo. No resultan
creíbles, sino que, por el contrario, te producen la
sensación de estar asistiendo a una opereta. Toda la
secuencia está impregnada de un aire cómico
poco favorecedor. Lo único digno de destacar de esta
introducción es el proceso de degradación física
y moral que vive el pobre Sméagol, principio y causa
de su doble personalidad. Gollum (no sé por qué
casi todo el mundo pone un artículo delante de este
nombre, incurriendo en el típico solecismo extendido
en Castilla y León) es, a mi gusto, la mejor criatura
surgida de un ordenador. Rebasa la espectacularidad de su
constitución digital para convertirse en un personaje
con una psicología compleja, que duda de sí
mismo a causa de la disociación de su ego, y que tan
pronto es capaz de sentir contrición como de refocilarse
con pensamientos aviesos. Me cuesta entender que haya gente
que se tome este dolor punzante que sufre Gollum a risa, tan
sólo porque no sea un actor de carne y hueso, como
si eso le impidiera ser tomado en serio. Habría que
preguntarse por qué ocurre eso, y la respuesta tal
vez esté en las películas tan planas que se
hacen cuando se intenta epatar por medio de los efectos digitales.
El asedio de Minas Tirith es la parte
más espectacular de 'El Retorno del Rey'. Al igual
que hizo con la batalla del Abismo de Helm en 'Las Dos Torres',
Peter Jackson optó por dosificar la acción combinando
las diversas subtramas en el montaje: los avatares de Frodo
y Sam Gamyi, el reclutamiento de Théoden y el propio
asedio. Bien
es verdad es que de este modo se mantiene despierta la atención
del espectador hasta el último momento, siguiendo a
la perfección la teoría de la siembra y la cosecha,
pero es inevitable sentir el contraste tan agudo que existe
entre la acción trepidante de la batalla y las vicisitudes
tan calmosas, en ocasiones, que viven los otros personajes.
Este montaje en paralelo es exclusivo de la adaptación,
y, pese a la inconveniencia que he advertido, se puede decir
que es una buena manera de interpretar una novela al lenguaje
cinematográfico.
Otra idea original del director neocelandés fue darle protagonismo al lugarteniente orco que comanda y dirige el asedio. No puedo evitar sentir una inefable simpatía por este personaje, que se nos muestra como un guerrero veterano que ha recibido numerosas heridas de guerra y que por esa razón está tullido y cojitranco, amén de ser más feo de lo que ya de por sí es un orco. Es autoritario, valiente y tenaz, como lo demuestra su sangre fría al esquivar en el último momento una piedra lanzada desde la fortaleza expugnada (por cierto, es un pequeño despropósito que esa “piedra” fuera en realidad un fragmento de muralla, porque a ver cómo unos hombres pueden cargar ese proyectil en una catapulta). Por la forma en que se pasea entre sus tropas a lomos de su huargo mirando con altivez a uno y otro lado e infundiendo valor y disciplina, por cómo da orden de mantener la posición y por la manera tan peculiar en que lleva el brazo arrimado al pecho, es ineluctable pensar en Napoleón. A mi entender, éste no es el único homenaje que Jackson rinde a la figura de Bonaparte. La coronación de Aragorn como Rey de Gondor y de los hombres, por ende, ofrece parecidos más que razonables con la coronación de Napoleón, que podemos admirar en el cuadro que Jacques-Louis David pintó por expreso mandato del emperador. Gandalf, que viste una túnica nívea y talar como la de un Papa, es el encargado de coronar a Aragorn, como lo hubiera hecho el Papa Pío VII de no ser porque Bonaparte se puso a sí mismo la corona para asombro de todos y humillación del sumo pontífice.
Los preparativos del combate librado
en Minas Tirith, con ese impresionante desfile de manípulos
orcos, donde no faltan los trolls que tiran de las torres
de asedio y que golpean con furia un tambor de colosales dimensiones
(está bien reflejado cómo el ruido era uno de
los recursos más utilizado para sembrar el pánico
entre las tropas enemigas) es todo un lujo para la vista.
También lo es la carga de los jinetes rohirrim en los
campos de Pélennor, si bien la estrategia de Théoden
de reagruparse y encarar a los Mûmak es digna de un
pésimo estratega. Cuando las legiones romanas se enfrentaron
por primera vez a unos elefantes en la batalla de Tarento,
lo último que se les ocurrió fue embestirlos.
En la Antigüedad, lo que se hacía para combatir
a estas bestias era formarse de modo que se dejaran amplios
pasillos entre los cuerpos de infantería para que los
elefantes se movieran por allí toda vez que hubieran
sido acribillados a lanzas y flechas. Basta decir que cuando
un elefante está encabritado lo mismo puede marchar
hacia delante que hacia atrás, arremetiendo
contra sus propias filas, y que lo único que busca
es encontrar un lugar por donde escapar. Esto hacía
de ellos unas armas muy peligrosas (los domadores y tripulantes,
que eran hindúes en su mayor parte, tenían la
orden de atravesar sus cráneos con un martillo y un
punzón en caso de que las heridas les volviesen locos),
que podían ofrecerte una victoria contundente o una
derrota sin paliativos, y en batallas tan decisivas como la
de Zama (202 a.C.), que enfrentó a Aníbal Barca
contra Escipión el Africano, la numerosa presencia
de estos animales en las filas cartaginesas fue contraproducente,
pues causaron más bajas y desorden en su propio ejército
que en el del adversario. Esto se explica porque no estaban
bien amaestrados.
Lo que desluce la batalla de los campos de Pélennor es la aparición del ejército de muertos que libera Aragorn. Ver cómo se suben a un Mûmak y lo derriban es casi tan patético como contemplar las acrobacias de Legolas (no entiendo por qué Jackson ha hecho de él un superhéroe, en detrimento de Gimli, que se nos presenta casi siempre como un gaznápiro y baladrón) sobre uno de ellos. Llegados a este punto, el combate se resuelve con tanta rapidez que me hace dudar de si la intención era ahorrar presupuesto.
En verdad, hay muchas cosas que se
le podrían criticar al orondo e hirsuto realizador
de las antípodas. De un lado, y como he adelantado
más arriba, algunas
de las bromas que hace a costa de Gimli, que son ciertamente
ridículas (como la de la apuesta que hace con Legolas
para ver quién aguanta más bebiendo cerveza).
Por otra parte, la descompensación entre el poder de algunos personajes. A este respecto, Gandalf, que debiera ser el más poderoso, a veces actúa como un pardillo, como cuando se retira al ver a los olog-hai hacer trizas a la guardia de Gondor (impagable su rostro demudado por el miedo al ver las tropas asaltantes).
Tampoco acabo de comprender por qué el montaje de las versiones exhibidas en el cine no incluye algunas secuencias que sirven para entender mejor el argumento, como si las versiones extendidas fueran las únicas a tener en consideración. Los regalos de Galadriel, entre los que figuran los panes élficos o lembas que comen Frodo y Sam, o la cuerda élfica con la que atan a Gollum en 'Las Dos Torres', todo eso aparece sin más explicación a no ser que hayas visto la versión extendida de 'La Comunidad del Anillo'. En 'El Retorno del Rey' ocurre otro tanto con Saruman, que no aparece en la versión que se estrenó en el cine, y cuyo palantir es recogido por Pippin bajo el agua sin que se nos indique cómo ha llegado hasta allí. Es difícil que alguien que no haya leído las novelas entienda el argumento así. Esto es una consecuencia funesta de la mercadotecnia.
A más de esto, algo que no comprendo es por qué todos los elfos rubios que aparecen, incluido Legolas, están teñidos, aunque no sus cejas, que se mantienen negras. Orlando Bloom no es un actor tan bueno como para elegirlo a pesar de esa incongruencia física. En el papel de Legolas no desentona porque es un personaje plano, pero su interpretación de Paris en 'Troya' es pésima. La perilla de Théoden también parece teñida. No entiendo qué necesidad había de alterar detalles tan insignificantes, pero que chocan a la vista.
En el capítulo de interpretaciones,
las mejores a lo largo de la trilogía son las de Viggo
Mortesen, como Aragorn, y las de Ian McKellen, en el papel
de Gandalf. Una
actriz ignota hasta entonces que lo hace muy bien es Miranda
Otto, que encarna a Éowyn. Transmite dulzura, nobleza
y coraje a partes iguales, como una nueva Krimilda. La secuencia
en que defiende al Rey Théoden del Rey Brujo de Angmar
es soberbia, sobre todo cuando le corta la cabeza a la bestia
maligna. Los nazgul están muy bien creados, todo hay
que decirlo. Ésa ha sido una de las mejores representaciones
de Jackson.
En el polo opuesto, habría que citar la sensiblería que acompaña algunos momentos de la relación de amistad entre Frodo y Sam. Elijah Wood se pasa toda la película lloriqueando y llega un momento en que se te hace insufrible, si bien es verdad que su personaje no es agradecido, pues no tiene más que un registro dramático: el del sufrimiento. El único instante en el que brilla es cuando está a punto de arrojar el Anillo al Monte del Destino, pero de improviso se da la vuelta y le mira a Sam Gamyi con una expresión de orgullo y desprecio idéntica a la de Isildur en el prólogo de 'La Comunidad del Anillo'. Sean Astin también se hace pesado durante buena parte del metraje, aunque mantiene en vilo al espectador en su oposición a Gollum y en su lucha por ganarse la confianza de Frodo. No obstante, hay situaciones que rozan el patetismo como cuando le besa la frente (a mí no se me ocurriría nunca besar la frente a un amigo), y que a algunos les hace pensar en que la naturaleza de su relación es de otro tipo; y no me extraña.
Otra cosa que no me gusta de 'El Retorno del Rey' son las canciones: la de Pippin para el senescal Denethor y la de Aragorn cuando es coronado. Son de todo punto extemporáneas, aunque, todo hay que decirlo, en las novelas hay pasajes cantados. Por otra parte, podría ser que el éxito rotundo de la película en la Ceremonia de los Oscar se debiera en gran medida a este acercamiento al musical.
En definitiva, el mayor logro de Peter Jackson estriba en que ha sabido recrear con mano diestra el ambiente de las novelas, tanto en las localizaciones (Nueva Zelanda fue una elección afortunada) como en la caracterización de los seres que habitan la Tierra Media. Estoy seguro de que Tolkien se sentiría orgulloso de ver cómo ha adaptado su inmarchitable obra.
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Óscar Bartolomé