Sobre El Parnasillo

Cuando crees que en el cine ya lo has visto todo, aparece Takashi Miike y te sorprende. Con estas palabras se puede expresar la huella que me ha dejado ‘Imprint’, el capítulo que el director nipón, uno de los más prolíficos y perturbadores del cine contemporáneo, ha rodado para la serie ‘Masters of Horror’. Después de la casquería y del sadismo de ‘Ichi the killer’, del monstruoso final de ‘Gozu’, de las muchas aberraciones y tabúes sexuales transgredidos con ‘Visitor Q’, del musical surrealista y gore ‘La felicidad de los Katakuris’, a Miike aún le sobra imaginación, y ganas, para provocar la náusea y la perplejidad del espectador más avisado. Para quien aún no le conozca, conviene saber que su cine es sólo apto para estómagos curtidos.
Probablemente
desde ‘Cabeza Borradora’ no había
visto una combinación tan brutal de fascinación
y repulsión como la que suscita ‘Imprint’.
Este mediometraje venía precedido de un aura de malditismo
a causa de la censura sufrida por la televisión norteamericana,
que se negó a emitirlo, hecho éste que ha provocado
que sólo esté disponible en su edición
en DVD; excluyendo, por supuesto, los medios ilegales, tan
socorridos en estos casos. Al parecer, su extrema violencia
ha sido la razón, pero ¿acaso esto es nuevo
en Takashi Miike, un realizador que siempre se ha caracterizado
por su sadismo? No me explico en qué estaría
pensando Mick Garris, promotor de esa iniciativa
llamada ‘Masters of Horror’ –donde se dan
cita 13 maestros en el género de terror– cuando
le concedió total libertad para hacer lo que le viniese
en gana, si luego se iba a tragar sus palabras. A buen seguro
que no conocía su filmografía salpicada de vísceras
y sangre, porque si no, no se entiende que le desagradase
tanto ver abortos practicados en condiciones inmundas, fetos
arrojados al río, abusos sexuales, relaciones incestuosas
y deformidades varias, elementos que le han acompañado
a lo largo de toda su personal obra. Conociendo el puritanismo
y la hipocresía de la sociedad norteamericana, casi
con toda seguridad el espinoso tema del aborto es el que debe
de haberle costado la censura, pues los estadounidenses son
muy sensibles con todo lo referido a la interrupción
voluntaria del embarazo, y no digamos ya si se muestran imágenes
tan explícitas como un bebé, aún con
la placenta y el cordón umbilical, tirado en un barreño.
‘Imprint’ está basado en una novela de Shimako Iwai, y es algo así como un engendro perverso fruto del cruce entre ‘Memorias de una geisha’ y ‘Madama Butterfly’, pasado por el tamiz de la delirante y enfermiza imaginación de Miike. Pese a su escabrosidad, ‘Imprint’ dispone de una cuidadosa ambientación, una bella fotografía a cargo de Toyomichi Kurita, un diseño de vestuario colorista, sobre todo para las escenas de interiores –y en especial las que se desarrollan dentro del burdel–, y una música más que notable de Kôji Endô. Como en anteriores ocasiones, Miike demuestra su oficio en la puesta en escena. Asimismo, se permite multitud de juegos focales y de cambios de iluminación para aumentar o disminuir la profundidad de campo, haciendo que los personajes y los objetos pasen de la claridad a la penumbra, así como algún que otro inserto para hacer más angustiosa la apoteósica escena de la tortura, concebida como si de un orgasmo se tratase. Los planos cenitales que utiliza para mostrar los cuerpos contorsionados por el dolor de las chicas que han sido sometidas a crueles castigos, con el cabello enmarañado por la cara y el suelo y las articulaciones dobladas, como si se tratasen de muñecas rotas, son bellos dentro de su crudeza. Lo mismo se puede decir de la poesía de esos molinillos de viento pintados con vivos colores que giran cada vez que un bebé es entregado al río.
Miike
siempre ha reconocido su deuda con David Lynch.
La galería de freaks y de esperpentos que desfilan
por sus películas recuerda mucho a la de películas
como ‘Corazón Salvaje’
o ‘Twin Peaks’, pero en ‘Imprint’
esa fijación por la carne retorcida y magullada nos
remite también a otro David, Cronenberg.
Por supuesto, en ‘Imprint’ no faltan las caras
desfiguradas, las narices amputadas, los dientes podridos
y otras joyas por el estilo. Incluso se puede atisbar una
lejana influencia de ‘Rashomon’, de Akira Kurosawa,
en el hecho de contar una misma historia desde diferentes
ángulos que cambian por entero su significado.
Pero ‘Imprint’ también reúne muchos otros ingredientes vistos en películas del propio Miike, en especial en ‘Box’, el mediometraje que rodó para ‘Three... Extremes’, donde compartió cartel con otros dos expertos en hacérselo pasar mal a sus personajes: Chan-wook Park y Fruit Chan. En ‘Box’, al igual que en ‘Imprint’, la historia también giraba alrededor de dos hermanas siamesas, si bien no tan unidas como éstas. Asimismo, presenta alguna que otra similitud más que evidente con ‘Dumplings’, el mediometraje de Fruit Chan incluido en el mismo proyecto. La estética de ‘Imprint’, en particular por lo que se refiere a la omnipresencia del color rojo –todas las jóvenes prostitutas del lupanar llevan el cabello rojo o rosa, a excepción de la protagonista, que lo lleva azul–, está muy próxima a la de ‘Big Bang Love, Juvenile A’. El sadismo y las torturas la emparentan con ‘Ichi the killer’, mientras que las deformidades físicas increíbles nos llevan a pensar en ese final tan espantoso como cómico de ‘Gozu’.
Si cogiéramos todos los planos de la película y con ellos hiciésemos dos montajes diferentes, nos encontraríamos con dos películas diametralmente opuestas, pero hermanadas, como las siamesas de la película. Mientras que una sería todo luz, la otra sería todo sombra. En un lado, la poesía; en el otro, el horror; que es lo mismo que decir fascinación y repulsión, mi planteamiento de entrada.
Ésta es la primera vez que Takashi Miike rueda en inglés y con un protagonista americano: Billy Drago, quien, con sus facciones desencajadas que reflejan incredulidad, en todo momento parece estar viviendo una pesadilla, y en efecto así es. La verdad es que se hace extraño oír a tantos japoneses hablar en inglés, y eso le resta verosimilitud.
En cuanto a su contenido, ‘Imprint’ es como una fábula moral con un mensaje bien claro, que la protagonista verbaliza en un momento dado:
Muchas
veces es mejor vivir en la ignorancia que conocer la verdad.
En la mitología griega esta fábula está representada por la tragedia de ‘Edipo rey’, la inmortal obra de Sófocles. Así pues, es palmario que ‘Imprint’ tiene la estructura y la crueldad propias de un mito griego, y para reforzar esta idea Miike dibuja una clara analogía entre la llegada en barca de Christopher (Billy Drago) a la isla fantasmagórica donde reside su amada, con los cadáveres flotando en las pútridas aguas, y la barca de Caronte que atraviesa el río Aqueronte para transportar las almas de los difuntos al Hades.
Con todo, lo que quedará para
el recuerdo de ‘Imprint’ son los cinco minutos
que dura la escena de la tortura. La sesión de acupuntura
iniciada con ‘Audition’ –¿cómo
olvidar aquel terrorífico "kiri, kiri, kiri”?–
tiene su continuación en ‘Imprint’, sólo
que aumentando la crueldad en un grado. Ese
primer plano de la aguja clavándose en el dedo, haciendo
crujir la uña y formando un coágulo de sangre
en su interior es de lo más salvaje que he visto en
mi vida. Está claro que sin el efecto sonoro la imagen
no causaría la misma impresión, pero ese crujido
hace que se te pongan los pelos como escarpias. La tortura
que padece la pobre meretriz traspasa los límites de
la pantalla para convertirse en una auténtica tortura
al espectador, quien se debate entre la fascinación
y la repulsión de una violencia llevada al extremo
de la ficción. Por mi parte, reconozco que en esos
momentos me costó gran esfuerzo mantener la mirada
fija en la pantalla, y que llegué a desear que la agonía
terminara cuanto antes. En verdad, difícil de superar.
‘Imprint’, con su evocación a nuestra naturaleza más bárbara y abyecta, despierta y consigue atrapar la mirada más curiosa y mórbida del espectador, y es ahí donde reside su innegable poder de fascinación, que nos repugna tanto como nos atrae.
Al ver sus películas, muchos son los que se preguntan: ¿está enfermo este tío?, ¿qué demonios tiene en la cabeza para parir semejantes atrocidades? A mí, a decir verdad, poco me importa que esté loco o cuerdo, aunque personalmente nunca calificaría a nadie de psicópata por escribir una historia sobre psicópatas. Lo único que sé es que Takashi Miike tiene mucho talento, que lo plasma en cada una de sus creaciones, y que se sale del camino fácil de lo común y lo trillado; y con eso me basta y me sobra.