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Críticas cinematográficas y análisis fílmicos
Cartel de 'La isla', de Michael Bay.

La isla, una película de Michael Bay

La trayectoria de Michael Bay no hacía presagiar que pudiera dirigir una película alejada de las explosiones y los diálogos vacuos, pero hete aquí que, para sorpresa de todos, acaba de estrenar un filme en el que prima más el argumento que los efectos especiales (que también los tiene, y en abundancia). Me refiero a ‘La isla’, la última revolución en el cine de ciencia ficción. Considerando las implicaciones éticas de la manipulación genética y de la clonación (tema polémico y actual ahora que se están promulgando leyes para establecer un marco jurídico a la investigación con células madre), Michael Bay nos introduce en una sociedad futurista, no muy distinta de la nuestra, donde la riqueza pesa más que la conciencia.

‘La isla’ está basada en un relato de Caspian Tredwell-Owen, quien asimismo colaboró en el guión. Steven Spielberg, con su buen olfato, descubrió esta original historia, pero no sopesó la posibilidad de dirigirla. Prefirió, en su lugar, producirla con su estudio Dreamworks y proponérsela a otro realizador. La memoria virtual.Así pues, llamó a Michael Bay y le envió el guión. Éste quedó entusiasmado y no vaciló un instante en emprender el rodaje. Dejando a un lado la amistad que les pueda unir, no sé bien qué cualidades vio Spielberg en Bay, quien hasta ahora sólo había dirigido películas ramplonas como ‘Armageddon’ o ‘Pearl Harbor’.

La película se desarrolla pocos años después del 2019, y parte de la acción transcurre en la ciudad de Los Ángeles, por lo que las referencias a ‘Blade Runner’ son inevitables. La lluvia ácida, los recuerdos implantados y la rebelión del hijo pródigo contra su creador también remiten al clásico de Ridley Scott. Las influencias que recoge ‘La isla’ son de lo más variadas. Se pueden distinguir elementos tomados de ‘Metrópolis’ en la construcción de los imponentes decorados; de ‘12 monos’, en la idea de la contaminación que hace de la Tierra un planeta desértico e inhabitable; de ‘Gattaca’, en la eugenesia; de ‘Matrix’, en los agnates incubados en hileras en un entorno dominado por las máquinas; de ‘2001: Una Odisea del Espacio’, en el diseño art decó y en los tonos asépticos; de ‘Minority Report’, en los exploradores sinápticos; de ‘Espartaco’, en la revuelta de los esclavos; y, sobre todo, de uno de los libros fundacionales del género: ‘Un mundo feliz’, de Aldous Huxley. Al igual que en esta novela, en ‘La isla’ los seres humanos son etiquetados e identificados con un número de serie que se les marca en las muñecas (echo, delta, etc.), como si de reses se tratase. No en vano, se les llama productos y póliza de seguros, en el colmo de la insensibilidad. La noción de jerarquía es visible incluso en los atuendos de los humanos clónicos, que visten de blanco para distinguirse de las fuerzas de seguridad, que van de negro. Todos llevan la misma ropa, para dar idea de su homogeneidad. Se les niega el privilegio de cuestionarse la realidad y de ser distintos. La lectura de cuentos infantiles para fomentar su naturaleza pacífica recuerda al adoctrinamiento al que sometían a los bebés en ‘Un mundo feliz’. Los carceleros de esta especie de Panopticon también utilizan la musicoterapia para mantener a los reos tranquilos, y así les ponen piezas como la sublime ‘Nessun Dorma’ de la ópera ‘Turandot’, de Puccini, con la inconfundible voz de Pavarotti.

‘La isla’ se compone de dos partes claramente diferenciadas. La primera mitad es lo que se conoce como la siembra. Es donde se nos suministra la información necesaria para comprender la trama. Aunque Michael Bay se tome más tiempo del que cabía imaginar en introducir la historia, al espectador le queda la sensación de que las claves de la película podían haberse estirado, ocupando buena parte de la segunda mitad, que tiene la forma de un thriller convencional con persecuciones, disparos y confusiones. Lincoln se hace preguntas y se las transmite a Jordan.Es obvio que éste es el terreno en el que el director se siente más a gusto, pero la verdad es que tantos fuegos de artificio lastran en parte la excelente labor que se había hecho en el prólogo, donde la acción era contenida sin por ello perder el pulso narrativo.

El carácter peculiar de los humanos clónicos (su ingenuidad y bonhomía, su desconocimiento del mundo, su lenguaje limado de cacofonías) permite jugar con situaciones cómicas que provocan más de una sonrisa. Empero, esta hilaridad no banaliza de ningún modo el drama de fondo. A medida que vas comprendiendo lo que ocurre, no puedes menos que compadecerte de la triste vida a la que se ven abocados estos infelices, que son engañados por unos científicos desalmados que les hacen creer que se preocupan por ellos y que cuidan de su salud, en la conservación de una humanidad que imaginan al borde de la extinción. La secuencia de la madre de alquiler es terrible por su crudeza. No obstante, lo más doloroso es pensar que esta idea no es tan descabellada ni fantástica, viendo lo que ocurre hoy en día con el tráfico de órganos.

La pareja protagonista está compuesta por el versátil Ewan McGregor (Lincoln Six-Echo), que lo mismo puede cantar en el Moulin Rouge que blandir un sable láser, y la hermosa Scarlett Johansson (Jordan Two-Delta), una actriz deslumbrante que ya desde su aparición en ‘El hombre que susurraba a los caballos’ escribió su nombre en el firmamento. Sus interpretaciones son correctas. Se mueven bien tanto en el registro cómico como en las secuencias de acción. Entre la pareja hay compenetración y una atracción que nace más del corazón que de las feromonas. Me quedo con una frase antológica, por el amor y el individualismo que destila, de Scarlett Johansson: “La isla existe: somos nosotros”. El doctor Merrick, con el Picasso al fondo.El actor escocés, por su parte, tiene la oportunidad de imitar a Peter Sellers interpretando a dos personajes y coincidiendo, además, en el mismo plano. La afición de Tom Lincoln (el propietario del clon) por el motor también la tiene Ewan McGregor, quien hace poco dio la vuelta al mundo en motocicleta acompañado de su amigo Charley Boorman, el hijo del director de ‘Excalibur’.

Steve Buscemi hace uno de sus clásicos papeles: el de tipo raro, desgarbado, sucio y, se intuye, onanista. Como suele ser habitual en él, debajo de su máscara cínica y egoísta se esconde un alma noble y generosa.

Sean Bean encarna al Tyrell de la función, un científico megalómano y sin escrúpulos dispuesto a hacerse un nombre en la Historia. Es el mejor del reparto. Consigue la interpretación más brillante de su carrera, y eso a pesar de que ese rol, en otras manos, podía haber devenido un estereotipo.

El personaje de Djimon Hounsou parpadea y no acaba de materializarse. Su tránsito de mercenario pragmático y despiadado a émulo de Desalines resulta demasiado brusco y forzado.

El grandullón Michael Clarke Duncan tiene una intervención fugaz, si bien aparece en una de las secuencias que desencadenan la acción.

‘La isla’ está trufada que pequeños detalles que le dan lustre. Uno de ellos es el juego que se establece entre la publicidad y el cine. La secuencia en que Jordan contempla incrédula en una pantalla de una tienda de moda un spot de Calvin Klein muy conocido en el que la protagonista es la propia Scarlett Johansson es, sencillamente, genial. Pura magia: realidad dentro de ficción en una película futurista. Y cabe añadir que no es una secuencia pensada sólo para epatar, sino que tiene una gran trascendencia, pues a través de su propio anuncio (del anuncio de su propietaria, por mejor decir)Scarlett Johansson se contempla a sí misma dentro de la ficción. Jordan descubre lo que es un beso en los labios, algo que luego pondrá en práctica con gran placer. También llama la atención, pero para bien, la cabina telefónica con publicidad de MSN Explorer. Esto le acerca, una vez más, a ‘Blade Runner’, pero también a ‘Minority Report’, que es la película de ciencia ficción que mejor ha mostrado la ubicuidad avasalladora que puede llegar a tener la publicidad en un futuro no muy lejano. El omnipresente cuadro de Picasso que preside el despacho de doctor Merrick, unido a la sofisticada mesa con pantalla LCD y con ratón en forma de pirámide, son otros elementos que sorprenden y agradan por su curiosa mezcolanza.

La banda sonora es obra de Steve Jablonsky, y discurre al ritmo de la acción. Sin embargo, lo que más destaca en el plano sonoro es la inclusión del bolero ‘Siboney’, cantado por Connie Francis, que hace poco podíamos oír en la excepcional ‘2046’, de Wong Kar-Wai.

¿No son razones suficientes para darle una oportunidad a la última película de Michael Bay?

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Óscar Bartolomé

Sobre El Parnasillo

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El Parnasillo es una página cultural con un recorrido de más de 10 años donde podrás leer críticas cinematográficas y análisis fílmicos y de series de televisión.
Con el tiempo también fui dando cabida a otros géneros literarios como el relato, los aforismos y la poesía, hasta convertirse en la plataforma o revista multicultural que es hoy en día.
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