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Aforismo

Literatura

La mancha negra

Una historia verídica

Gregorio no tenía miedo a las alturas, pero un día, luego de desafiar porfiadamente las más elementales leyes de la gravedad, se cayó del dintel de la puerta y acabó despanzurrado. Bueno, quizá no ocurriera exactamente así. Puede que el pisotón de un desaprensivo empecinado en acabar con su arrastrada existencia sea un relato más aproximado de lo sucedido. Sea como fuere, lo único cierto es que ya no se sostiene sobre esa puerta que presenció sus últimos balanceos, tan cierto como que yo no estaba allí para contemplar su desafortunada caída.

Lo último que recuerdo de Gregorio es que estaba encaramado al marco de la puerta con la temeridad de un funambulista que se pasea sobre un alambre, asomando al vacío dos patas escuálidas y unas antenas filiformes que me apuntaban como puntas de lanza. Ya en aquel momento tuve el fatal presentimiento de que se daría un sonoro golpetazo. Sólo faltaba saber cuándo ocurriría. Para entonces había abandonado la posición firme y segura que ocupara veinticuatro horas atrás, cuando se erguía majestuoso sobre sus seis extremidades de apariencia frágil y quebradiza, mas no por ello débiles. Con su abdomen piloso y ventrudo apoyado pesadamente en la madera y el duro caparazón protegiendo sus órganos más sensibles, se mantenía impasible al abrir y cerrar de la puerta que le servía de abrigo –y que más tarde sería su cadalso-, semejándose a una de esas rocas que resisten incólumes los embates de las olas; náufrago en mitad de una corriente de aire.

Esta mañana, cuando abrí la puerta, recibí la esperada constatación a mis temores. Ya no quedaba nada de aquellas patas escuálidas, ni de aquellas antenas filiformes, ni de aquel abdomen piloso y ventrudo. Todo lo que había en su lugar era una mancha negra en el suelo; la mancha de un horrible crimen. En la estrechez del cuarto de baño mal iluminado que se había convertido en improvisado catafalco, y entre los tañidos sofocantes de la cisterna del váter, yo era el único asistente a las exequias de Gregorio.

Óscar Bartolomé

Sobre El Parnasillo

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