Sobre El Parnasillo

Después del fracaso estrepitoso que supuso ‘Prometheus’ (parece mentira que el creador de esa joya del terror espacial que es ‘Alien, el octavo pasajero’ sea el mismo que el de esta precuela tan bobalicona e infumable) y del anuncio del remake de ‘Blade Runner’ (ya estrenado), Ridley Scott decidió retornar al género que más alegrías le diera en el pasado, la ciencia ficción (sólo que en este caso, más ciencia que ficción, o eso quieren hacernos creer, al menos), con ‘Marte (The Martian)', una historia de supervivencia en un entorno hostil como pocos. No hace falta que diga que su nueva incursión en la sci-fi está muy lejos de alcanzar o rozar siquiera aquella excelsitud visual y narrativa (su gloria queda tan lejos como la distancia de la Tierra a Marte, unos 56 millones de kilómetros), pero, eso sí, es de largo la mejor película de Ridley Scott desde ‘Gladiator’, y eso ya es bastante recompensa tratándose de un realizador del que a estas alturas del guion poco o nada se esperaba.
Es inevitable comparar ‘The Martian’ con otras películas recientes que abordan una temática similar. Casi todos la han querido cotejar con ‘Gravity’, la premiada película de Alfonso Cuarón, e ‘Interstellar’, de Christopher Nolan, pero, a mi parecer, con la que más parecidos guarda es con ‘Moon’, de Duncan Jones. En ambas se nos quiere transmitir la soledad de un hombre en un planeta o satélite inhóspito (casi como ‘El Principito’, de Antoine de Saint-Exupéry), aunque bajo diferentes prismas. Si en ‘Moon’ lo que predominaba era la confusión, la enajenación y el desdoblamiento, aquí lo principal es el afán de superación, cómo el ser humano puede alcanzar lo imposible. Desde luego, ‘The Martian’ no provoca, ni creo que lo busque, la emoción protofísica de ‘Interstellar’, y probablemente lo único que tengan en común sea la omnipresente Jessica Chastain (bueno, eso y la manía de tratar al espectador como borrego con explicaciones redundantes sobre qué es un agujero de gusano o cómo la nave gira alrededor de la Tierra aprovechándose de su empuje de marea). A pesar del rigor científico (ejem), tampoco busca la espectacularidad de ‘Gravity’, película cuyo fatalismo te deja casi sin resuello, si bien las odiseas de Sandra Bullock y Matt Damon merecerían figurar por derecho propio en la guía de cualquier autoestopista galáctico. Guste más o guste menos, creo que el tratamiento que ha querido darle Ridley Scott es completamente distinto y hasta cierto punto novedoso.
La película está pensada para el lucimiento de su protagonista, el carismático Matt Damon, que interpreta al desventurado astronauta Mark Watney, quien, después de una fatal tormenta de arena (sí, como en ‘Prometheus’) y de sufrir el impacto de una antena, pierde el contacto con el resto de la tripulación y, al despertar, se encuentra con que le han dejado tirado en Marte (vaya putada). En pocas palabras, es el diario de un náufrago, sólo que, es justo reconocerlo, Matt Damon resulta mucho más convincente y mucho menos empalagoso que Tom Hanks (y sin pelota Wilson). En verdad, el que fuera soldado Ryan (no sé cómo lo hace el chico, pero siempre se encuentra perdido en algún remoto lugar, donde Cristo perdió las sandalias) logra una gran actuación, y ése es, sin duda, uno de los puntos fuertes de ‘The Martian’. Es cierto que, por un lado, se puede criticar su enciclopédico conocimiento en todas y cada una de las materias del saber (él es botánico de formación, hecho éste que le viene de perlas para cultivar patatas, y dado que forma parte de una misión tripulada a Marte, cabe suponer que algo sabe de física, química y astronomía; pero es que el tío es capaz de crear un sistema de riego con un mechero y las astillas de un crucifijo y de hacer fértil lo estéril; no cree en Dios, pero es lo más parecido a Él); y de otro lado, su maña y su pericia para deshacer cualquier entuerto y superar no importa qué adversidad. Da la sensación de que, cual trasunto futurista de McGyver, con una navaja y una cinta americana es capaz de arreglar cualquier desperfecto, desde una rotura en el casco a la destrozada pared del invernadero. Por si fuera poco, tiene una voluntad inquebrantable, a prueba de bombas, y ningún revés le desanima. Quizá sea poco creíble que alguien abandonado a su suerte en un planeta desértico y expuesto a constantes peligros como la radiación solar, las tormentas de arena, la escasez de alimentos (me gusta cómo hace inventario y acopio de víveres) y la falta de oxígeno, entre otros, tenga un ánimo tan jovial y dicharachero, casi como si estuviera en un resort, y puede que ese enfoque, tan alejado del melodrama, no sea el retrato psicológico que uno espera ante tan desfavorables circunstancias, pero en su favor argüiré que, más allá de la excepcionalidad de su situación, el carácter de la persona tiene mucho que decir, y según queda demostrado en la película, Mark Watney es vital y optimista y cree en sus capacidades de supervivencia y en esa ansiada ayuda exterior que, eso sí, está sujeta a múltiples azares. Otro, más picajoso, podría aducir en su contra que pasar casi un año solo malviviendo en un planeta árido y con pocas esperanzas de sobrevivir da como para volverse loco, pero entraríamos en el mismo bucle. La psicología del individuo es fundamental en estos casos de soledad, aislamiento e incomunicación, y así, para una persona estar un día sin salir de casa puede ser una tortura, y para otra no suponer nada no salir en toda una semana (verbigracia, los hikikomoris).
¿Un náufrago haría chistes y bromas si se viera solo en una isla en mitad del océano?, ¿o maldeciría su suerte y se tiraría de los pelos? ¿Se dejaría morir o buscaría la forma de sobrevivir, aunque fuera aferrándose a un finísimo rayo de esperanza? Creo que en última instancia depende de la persona, de su personalidad, de sus creencias, de sus motivaciones.
Lo que nadie puede discutir es que Matt Damon resulta simpático y entrañable, y aunque te compadezcas de él por todas las desventuras que le sobrevienen, gracias a su alacridad y a su estoicismo no llega a darte pena, que es lo peor que se puede decir de alguien. Esto me parece algo digno de mención, y es que Ridley Scott y Drew Goddard, el guionista –y creador de la estimable serie ‘Daredevil’–, no han querido, en contra de la tendencia natural en estos casos, caer en el abominable terreno de lo lacrimógeno, y prueba de ello es que no se nos dice en ningún momento que Mark Watney tenga una mujer y unos hijos esperándole. Sólo se menciona, y como de pasada, a sus padres, y ni siquiera se les muestra en ese funeral de estado que se oficia en su memoria, cuando en la NASA aún no saben que está con vida.
A propósito, aunque el prólogo es, para mi gusto, demasiado breve y acelerado y desaprovecha la ocasión de ahondar en el vínculo entre los miembros de la tripulación (creo que podrían habernos mostrado con más detalle qué experimentos científicos y mediciones geológicas estaban realizando en el planeta rojo, en qué consistía exactamente su misión, si en establecer una base permanente, en encontrar vetas o sedimentos de agua o en detectar el origen del metano hallado en su atmósfera o en qué), la secuencia médica de la extracción del fragmento de metal es fabulosa. Ahí Matt Damon está pletórico. Desde luego, nada que ver con la cirugía express de ‘Prometheus’.
Los monólogos de Matt Damon ante la cámara en su cuaderno de bitácora ayudan a empatizar con el personaje, pero la consecuencia de centrarse tanto en un personaje es que luego los demás queden eclipsados, y así sucede, en efecto. Tanto los jefes e ingenieros de la NASA como los tripulantes de la nave Ares 3 (no podía llamarse de otra manera) son planos y bidimensionales, meros arquetipos. El director no profundiza en ellos, y el conjunto queda muy descompensado.
A nadie se le escapa que ‘The Martian’ tiene muchos defectos. Por citar algunos: el casting parece una campaña publicitaria de United Colors of Benetton, con esa etnicidad y multiculturalidad donde no faltan afroamericanos, hispanos, asiáticos, indios, paquistaníes, etc. (eso sí, luego aparece bandera americana por todas partes); el jefe de la NASA (Jeff Daniels) es obtuso, insensible y pragmático, y peor aún, parece que no sabe nada de astrofísica; la comandante de la misión (Jessica Chastain) es mujer porque tenía que serlo, por eso de que las mujeres también ocupen altos rangos (su sentimiento de culpa cuando le dan la noticia de que su compañero sigue vivo en Marte no es creíble y está muy mal expresado, y su sentido del deber, otro tanto); el doble de cuerpo de Matt Damon, cuando está magullado y famélico, canta mucho, y no se entiende por qué los primeros soles se afeita religiosamente cada día y sólo al final le crece la barba; el becario que, gracias a unos complejos cálculos matemáticos, idea la forma de que la nave Ares regrese a Marte aprovechándose del tirón gravitatorio de la Tierra, y que, siguiendo el tópico, es desaliñado e insolente y trata al jefe de la NASA como si fuera un mindundi; toda la secuencia del rescate, tan fantástica e inverosímil como previsible, porque sabes que va a salir bien y que Watney va a regresar sano y salvo a casa.
Pero también veo virtudes en la película, como, me viene ahora a la memoria, la genial ocurrencia de que Marte se regiría por el derecho marítimo y las aguas internacionales, lo que convertiría de facto a Mark Watney en un pirata, así como el título anecdótico de primer colono marciano que recibiría por el hecho de haber sembrado y cultivado la tierra. Asimismo, me gustó el detalle del cráter Schiaparelli, de la Pathfinder y del código hexadecimal que utiliza para comunicarse con la Tierra, así como también los videojuegos clásicos en 16 bits que tiene instalados Johanssen en su laptop (‘La princesa de Fobos’ o algo así). Lo de usar el plutonio y los isótopos radiactivos en el Rover a modo de estufa también tuvo su punto, y más con la música disco –en concreto, ‘Hot Stuff’ de Donna Summer– de la comandante Lewis que Watney tanto aborrece como baila después(luego de que la interpretara el astronauta canadiense Chris Hadfield en la Estación Espacial Internacional, tampoco podía faltar un himno de los viajes espaciales como el ‘Starman’ de David Bowie, sólo que como música extradiegética). Sólo eché de menos algún guiño a Percival Lowell y su famosa teoría sobre los canales marcianos.
‘The Martian’ tiene un elenco de actores de primer nivel, en el que, además de los citados, figuran Chiwetel Ejiofor, Sean Bean (esta vez no muere, aunque le despiden), Kate Mara (su doblaje es especialmente espantoso), Michael Peña y Benedict Wong (que hace poco interpretó a Kublai Khan en la serie ‘Marco Polo’). Ahora bien, como ya he dicho antes, la mayoría de ellos están desaprovechados, y su papel es poco menos que ornamental.
‘Marte (The Martian)’ es una adaptación bastante fiel de la novela homónima de Andy Weir. La banda sonora, que en una primera escucha no destaca mucho pero que luego se descubre bella y fascinante y gratamente atmosférica, es obra de Harry Gregson-Williams, y la fotografía, muy meritoria, corre a cargo de Dariusz Wolski. La película está rodada en el imponente y marciano desierto de Wadi Rum, en Jordania, también conocido como el Valle de la Luna, el mismo paisaje donde David Lean rodara el clásico ‘Lawrence de Arabia’, y que Ridley Scott ya conocía de su anterior experiencia en ‘Prometheus’. La ambientación marciana está muy lograda, y pese a sus muchos defectos, ya expuestos, podría decirse que es la mejor película que se ha hecho hasta ahora sobre Marte, mucho mejor que aquélla que dirigiera Brian de Palma allá por el año 2000, ‘Misión a Marte’.