Sobre El Parnasillo

En una época en la que algunos agoreros no ven más que una proliferación de películas de baja estofa pergeñada para solaz de un público ignorante y consumidor de palomitas, existen obras que trascienden su propia naturaleza comercial para convertirse en expresión artística. Una de estas obras es 'Mulholland Drive', la última creación surgida del fascinante magín de David Lynch.
A pesar de ser una película minoritaria –como lo son, por definición, todas las de su eximio autor–, 'Mulholland Drive' obtuvo una recaudación en taquilla y encontró un eco en la opinión pública atípicos para tratarse de una obra de estas características, lo que se podría llamar cine de autor. ¿La razón? Básicamente, hay dos. Por un lado, el morbo que aún hoy despierta ver en pantalla una relación lésbica –por lo visto, la tan cacareada liberación sexual acontecida en nuestro país después de la férula franquista no ha conseguido que la sociedad deje de ser pacata–. De otro, la narración de una historia inconexa y abstrusa que plantea innumerables interrogantes y que compele al espectador a devanarse los sesos para encontrar un sentido o un hilo conductor.
Por
lo que se refiere al primer punto, es triste que una película
que rebosa tanto talento sea conocida únicamente gracias
al prurito de unos instintos atávicos. Es de todos
sabido que la violencia y el sexo son los mayores reclamos
de esta sociedad cada vez más frívola y vacua,
y siendo así, no es de extrañar que la televisión
sea el púlpito donde se predican estos nefandos mandamientos.
Al mismo tiempo, excelentes películas como 'La Pasión',
de Mel Gibson, reciben injustas críticas en virtud
de sus lacerantes imágenes, cuando en realidad la violencia
en este caso está más que justificada porque
forma parte de la historia, que de otro modo perdería
su esencia. Es tan sólo una muestra de la hipocresía
que nos rodea.
Más interesante que este asunto baladí es dar una explicación a lo que nos propone la película. Sin duda, muchos espectadores legos en el universo creativo de David Lynch se quedaron boquiabiertos e indignados a partes iguales a la salida del cine. A muchos les pareció una estafa lo que habían visto. Argüían que el director les había tomado el pelo construyendo una historia deslavazada –y aun añadían que algo así lo puede hacer cualquiera–. Hubo incluso quien pidió que le devolvieran el importe de la entrada ante tamaño fraude. Pues bien, el genial David Lynch consiguió su propósito, que no era otro que mantener al espectador pegado a su butaca y con la atención fija en la pantalla durante las dos horas y media que dura, estrujándose el cerebro en la búsqueda de un sentido a todo lo que estaba viendo. No dejó a nadie indiferente, ni a los que blasfemaban su nombre con vesania, ni a los que componían odas y ditirambos a su magnífica creación. En mi opinión, la función primordial de toda película es concentrar la atención del espectador durante su proyección –eso es señal inequívoca de que despierta el interés–, y 'Mulholland Drive' lo consiguió de plano. Todo lo demás –si el actor X hace una prodigiosa interpretación, si los encuadres son de una precisión milimétrica, etc.– es accesorio.
La aportación más notable
de este filme, no obstante, es qué nos cuenta y cómo
nos lo cuenta. Son muchas las personas que, conociendo mi
dilección por esta joya cinematográfica, me
han preguntado: “¿De
qué va ‘Mulholland Drive’?”
Cuando lo oigo, siempre contraigo los labios en un mohín
socarrón. David Lynch es, ante todo, un pintor, y sus
obras tienen más de cuadros –en movimiento, eso
sí– que de películas. Si bien es cierto
que cuando se lo propone puede crear un filme con una estructura
narrativa clásica, tal como 'Una historia verdadera',
por
lo general el tratamiento que confiere a sus creaciones es
plástico y surrealista, como un cuadro de Francis
Bacon. El mundo en el que se mueve Lynch es onírico,
como 'El Aleph', de Borges, porque su aspiración es
convertirse en un entomólogo de los sueños,
o en un mago, que viene a ser lo mismo. El director de Missoula
(Montana) gusta de sajar nuestro inconsciente con un bisturí
tan buido como el de un Carl Jung, sacando a la superficie
los sentimientos más perversos y soterrados de nuestra
naturaleza. Ya lo demostró con su ópera prima,
'Cabeza Borradora', y lo ha seguido haciendo
de forma ininterrumpida, siendo, quizá, sus máximos
exponentes 'Terciopelo
Azul' y 'Carretera Perdida'.
Conociendo esta particularidad de
su autor resulta mucho más sencillo encontrar un sentido
a 'Mulholland Drive'. El desdoblamiento de la personalidad
que se produce entre Betty (Naomi
Watts) y Rita (Laura Elena
Harring) se comprende a la perfección a la luz
de esta revelación. A nadie se le escapa que los sueños
son confusos y que en ellos se entrecruzan de un modo absurdo
e inverosímil elementos de nuestras vivencias, de suerte
que en nuestra mente desfilan personajes que, sin previo aviso,
sufren una metamorfosis digna de Ovidio. Es
cierto que en la película coexisten varias subtramas
paralelas que se pisan unas a otras. Todas ellas están
cimentadas sobre la base de uno o varios elementos comunes:
la caja y la llave azul, el dinero, el vagabundo, etc. Si
alguien tiene interés por desmenuzar el filme se sorprenderá
al comprobar que en él se incluyen tres historias principales
–con la consecuente mutación de identidades–,
lo que equivale a los tres sueños en que se divide
la fase R.E.M. (Rapid Eye Movement). De la misma manera, es
cuando menos curioso que El Cowboy –un remedo de El
Hombre Misterioso de 'Carretera Perdida'– mencione en
cierto momento que aparecerá tres veces.
El tema de la dualidad es una obsesión para Lynch, como ya dejó claro con la mítica fuga psicogénica de Fred Madison, el personaje interpretado por Bill Pullman en 'Lost Highway', y la transformación de Reneé (Patricia Arquette) en Alice como por ensalmo. Es una inquietud que le aproxima a Dostoyevski, que en su novela 'El Doble' hizo un retrato sutil de la esquizofrenia, o de cómo, en algún momento de nuestras vidas, cuando nos miramos al espejo nos asustamos al contemplar a un extraño que tiene nuestra misma imagen. Lo único que le faltó al empíreo escritor moscovita para conseguir el mismo ambiente opresivo y turbio de la película de Lynch fue contar con la banda sonora de Angelo Badalamenti, un compositor que se mueve como nadie en este terreno, y que forma un tándem sin parangón con el director de 'Mulholland Drive' –muy recomendables las bandas sonoras de 'Una historia verdadera', 'Twin Peaks' y 'Carretera Perdida', por citar sólo algunas de las más destacadas–.
En resumen, 'Mulholland Drive' es un espectáculo de ilusionismo donde nada es lo que parece, donde suena una trompeta pero no hay nadie que la toque, donde una cantante sufre un vahído y cae al suelo, pero su voz sigue oyéndose. “No hay banda ”.
“Silencio”.
Tráiler de 'Mulholland Drive'
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Óscar Bartolomé