Sobre El Parnasillo

Tiene algo de pecaminoso confesar que mi interés, y posterior devoción, por la obra y figura de San Juan de la Cruz parte de una dilección anterior por la música de Loreena McKennitt, quien compuso en honor del místico abulense una preciosa canción capaz de ablandar al corazón más duro, una canción en la que supo recoger e integrar todo ese amor puro, sensual y sin mácula que transmite la poesía de San Juan de la Cruz. Esa canción, que fue gestándose en su cabeza a raíz de su estancia en España, la tituló ‘The Dark Night of the Soul’; es decir, ‘La Noche Oscura del Alma’, como el poema del mismo nombre, el más hermoso escrito en lengua castellana.
A menudo ocurre que tienes que esperar a que alguien de fuera venga a descubrirte lo que tienes más cerca, como me ha sucedido tantas veces, no ya sólo en el caso de San Juan de la Cruz, sino también con Baltasar Gracián, a quien redescubrí por intermediación de Arthur Schopenhauer, traductor al alemán de su obra más difundida, ‘Oráculo manual y arte de prudencia’, y rendido admirador de su novela alegórica y cúspide de su ingenio, ‘El Criticón’. El filósofo teutón supo despertar mi curiosidad por el escritor conceptista, con quien me unían razones de idioma a pesar de la barrera del tiempo, en un ejemplo más de cómo esa vasta telaraña de obras y autores que es la cultura te lleva por los caminos más insospechados, hasta conducirte a ese punto al que pareces destinado por tu sensibilidad, donde descansan aquellos hombres que pensaron y sintieron lo mismo que tú antes de que tú nacieras. Este fenómeno tan sorprendente como placentero me ha hecho meditar largo tiempo sobre la predestinación y las almas gemelas.
Juan de Yepes, que así se llamaba nuestro vate, nació en Fontiveros, Ávila, en 1542, y pasa por ser el patrono de los poetas en lengua española. A los veintiún años ingresó como novicio en la orden de los Carmelitas y al año siguiente se trasladó a Salamanca para iniciar estudios en Teología, para poco después entrar en contacto con Santa Teresa de Jesús –que le llamaba en términos afectuosos “mi medio fraile”, a causa de su débil constitución–, a quien siguió en su Reforma Carmelita, los carmelitas descalzos. En 1568 fundó en Duruelo el primer convento de Carmelitas Descalzos de la rama masculina, donde instauró unos hábitos monacales basados en la austeridad y en la contemplación más rigurosas. Debido a este cisma entre los carmelitas calzados y los carmelitas descalzos, dio a parar con sus huesos en la cárcel, donde escribió buena parte de su obra espoleado por la pena del cautiverio, y donde mortificó su cuerpo y depuró su alma –su noche oscura del alma–.
San Juan de la Cruz murió en Úbeda un 14 de diciembre de 1591 durante un viaje de vuelta a Segovia, después de haber sido destituido de todos sus cargos tras un nuevo enfrentamiento doctrinal. En 1657 recibió la beatificación del Papa Clemente X y en 1726 fue canonizado por Benedicto XIII.
La poesía de San Juan de la Cruz se caracteriza por una exaltación amorosa sin precedentes y una sensualidad que admite lecturas no necesariamente religiosas. Esto se desprende del uso que hace en sus versos del amor profano, un amor representado en las figuras del amante y de la amada, como símbolo de su arrebatado sentimiento de origen divino, que rezuma una intensa pasión por Dios. La literatura mística de San Juan de la Cruz hunde sus raíces en el ‘Cantar de los cantares’ del rey Salomón y en las églogas de Garcilaso de la Vega y Juan Boscán, así como en la poesía bucólica y pastoril.
Los poemas de San Juan de la Cruz son tan hermosos y puros que casi te devuelven la fe en Dios, no en ese Dios que es indiferente a las desgracias que ocurren sobre la tierra, sino al Dios que pudo inspirar unos versos tan bellos y delicados como aquéllos. En nombre de Dios se han cometido muchas atrocidades, pero también se han creado obras maravillosas como éstas.
Las tres obras clave para adentrarse en la poesía de San Juan de la Cruz son ‘Noche del alma’, ‘Cántico espiritual’ y ‘Llama de amor viva’, y a ellas pertenecen los poemas que siguen a estas líneas –que están adaptados a la ortografía vigente para su mejor comprensión-.
En una noche oscura a oscuras y segura En la noche dichosa Aquesta me guiaba ¡Oh noche, que guiaste! En mi pecho florido, El aire de la almena Quedéme y olvidéme |
¡Oh llama de amor viva, ¡Oh cauterio suave! ¡Oh lámparas de fuego ¡Cuán manso y amoroso |
Entréme donde no supe Yo no supe dónde entraba, De paz y de piedad Estaba tan embebido El que allí llega de vero Cuanto más alto se sube Este saber no sabiendo Y es de tan alta excelencia Y si lo queréis oír |
Vivo sin vivir en mí En mí yo no vivo ya Esta vida que yo vivo Estando ausente de ti El pez que del agua sale Cuando me pienso aliviar Y si me gozo Señor Sácame de aquesta muerte Lloraré mi muerte ya |
Tras de un amoroso lance Para que yo alcance diese Cuanto más alto llegaba Por una extraña manera |
¿Adónde te escondiste, Pastores, los que fueres Buscando mis amores ¡Oh bosques y espesuras Mil gracias derramando ¡Ay!, ¿quién podrá
sanarme? Y todos cuantos vagan Mas, ¿cómo perseveras, ¿Por qué, pues has llagado Apaga mis enojos, Descubre tu presencia, ¡Oh cristalina fuente, ¡Apártalos, Amado, Mi Amado las montañas, la noche sosegada Cogednos las raposas, Detente, cierzo muerto; ¡Oh ninfas de Judea!, Escóndete, Carillo, A las aves ligeras, Por las amenas liras Entrado se ha la esposa Debajo del manzano, Nuestro lecho florido, A zaga de tu huella En la interior bodega Allí me dio su pecho, Mi alma se ha empleado, Pues ya si en el ejido De flores y esmeraldas, En sólo aquel cabello Cuando tú me mirabas, No quieras despreciarme, La blanca palomica En soledad vivía, Gocémonos, Amado, Y luego a las subidas Allí me mostrarías El aspirar el aire, Que nadie lo miraba, |
'The Dark Night of the Soul'
Óscar Bartolomé