Sense8, crítica de la serie dirigida por los hermanos Wachowski para Netflix
Debo admitir que cuando empecé a ver ‘Sense8’, la serie creada para Netflix por los hermanos Wachowski, tenía más curiosidad que expectativas reales. Las críticas que había leído no eran demasiado favorables, iban de lo sublime a lo ridículo, y como los Wachowski están de capa caída casi desde ‘Matrix’ (la primera de la trilogía, que las otras dos son muy decepcionantes), no esperaba gran cosa. Sin embargo, he de decir que he quedado gratamente sorprendido y no menos satisfecho tras su visionado, y me alegra que la hayan renovado por una segunda temporada.
No puedo negar que el capítulo piloto, con esa aparición fugaz y fantasmagórica de Daryl Hannah, me dejó muchas dudas. Que la historia iba a ser compleja era bien sabido, conociendo un poco quiénes la habían escrito –Andy y Lana Wachowski, en colaboración con Michael Straczynski–, aunque por lo visto en el primer episodio, existía un peligro nada desdeñable de deslizarse en el limbo de la pretenciosidad más vacua y pseudoexistencialista. Por fortuna, todo va cobrando sentido a medida que se desarrolla historia, y los diálogos son más trascendentes que lo que en un principio pensaba.
En esta gran producción también ha participado, tanto en labores de dirección como componiendo la banda sonora, el talentoso director alemán Tom Tykwer, gran amigo de los Wachowski, con quienes ya colaboró en ‘Cloud Atlas’. Él está detrás de la cámara en un par de capítulos, al igual que James McTeigue, director de ‘V de Vendetta’, otra película apadrinada por los Wachowski.
Rodar en ocho localizaciones (Chicago, San Francisco, México D.F., Londres, Berlín, Nairobi, Mumbay y Seúl, a las que luego se añade Reykjavik) con todo el elenco de actores desplazado por cuatro continentes debió de haber supuesto todo un desafío de cara a ajustar el plan de rodaje, haciendo malabarismos con las agendas de los intérpretes y del equipo técnico. La peculiaridad de la trama, con esa resonancia límbica o conexión psíquica que pone en contacto espiritual y casi físico a los sensates, fue, sin duda, un factor de enorme dificultad logística, y debió de incrementar notablemente los gastos de producción. Seguro que ‘Sense8’ no ha sido una serie barata, y hay que agradecerle a Netflix por asumir los riesgos de la propuesta. Otro tanto hicieron con la infravalorada ‘Marco Polo’, serie que merece mejor suerte de la que tuvo en su discreto estreno, y que espero consiga remontar el vuelo en la segunda temporada, ya confirmada.
Los actores protagonistas no son muy conocidos, pero para nosotros, los españoles, destaca la presencia de Miguel Ángel Silvestre, el famoso duque, que aquí interpreta a Lito, un actor mexicano (de madre bailaora de flamenco y bilbaína, ¿un guiño de los Wachowski a Bilbao después del rodaje de ‘Jupiter Ascending’?) de telenovelas que detrás de su fachada varonil esconde una latente e inconfesable homosexualidad. Y es que, así a primera vista, llama la atención la variada condición sexual –hay homosexuales, transexuales, gays y lesbianas– que desfilan por la serie como si se tratara del Día del orgullo gay, lo que deduzco es herencia de Larry Lana Wachowski. Las escenas de sexo, dicho sea de paso, son bastante explícitas, y en algún caso, como en el traumático parto de Riley (Tuppence Middleton), de una explicitud documental que roza lo truculento, con la vagina dilatada y la cabeza ensangrentada del bebé asomando al exterior. A propósito, se nota que la pronunciación de Miguel Ángel Silvestre no es tan depurada como la de sus colegas, pero cumple, da el pego, y eso ya es bastante para un actor español.
Aunque ‘Sense8’ es, ante todo, un drama con trepidantes escenas de acción (muy bien rodadas, por cierto), no faltan ni el humor ni los homenajes cinematográficos a clásicos inmarcesibles de los 80 y 90 que siempre estarán en nuestra memoria cinéfila como mitos del celuloide un tanto mostrencos. En ese sentido, uno no puede sino sonreírse ante la pueril y anacrónica adoración que siente Capheus por Jean-Claude Van Damme, nombre con que bautiza a su furgoneta o minibús tuneado (Van Damn), y que en última instancia deviene apodo y grito de guerra (curiosa, cuando menos, la conversación que mantienen Capheus y Kala sobre las casas pequeñas con pantallas grandes, una manera de escapar de la realidad, en palabras de Van Damme). No menos tierna e ingenua es la fascinación que ‘Conan el bárbaro’ despierta, ya desde niños, en Wolfgang (Max Riemelt) y Félix, que conocen y recitan de memoria sus grandilocuentes diálogos. En ambos casos, son héroes de acción que, cuando más lo necesitan, les infunden fuerza y coraje invocándolos.
Es fácil empatizar con todos y cada uno de los personajes (en eso consiste, después de todo, el don de los sensates), no importa que sea un ladrón de diamantes berlinés con propensión a la violencia y a las armas de fuego o una ejecutiva surcoreana profesional del kickboxing underground. A su manera, y pese a sus muchas diferencias, todos se complementan y forman un mismo todo, ayudándose mutuamente con sus destrezas y habilidades, ya sea la pericia al volante, el uso de los puños (qué sería del pobre y honrado Capheus sin el concurso de Sun Bak) o el hacking de Nomi, la transexual a la que salva su novia Amanita (¿phalloides?) de una lobotomía. El amor que sienten los sensates (Will por Riley y Wolfgang por Kala) es el amor platónico en su máxima expresión.
Aunque las vidas de los ocho protagonistas –y una serie con ocho protagonistas ya es algo excepcional– tienen, en todos los casos, sus puntos de interés, quizá la mayor crítica que se le puede hacer a ‘Sense8’ es que alguna de ellas queda un poco desconectada del resto, del núcleo central de la historia, como es el caso de Lito, cuya participación en la trama de Mr. Whispers y la OBP se limita a usar en un momento dado sus dotes interpretativas en ayuda de Will Gorski (Brian J. Smith). Parece algo forzado.
Los personajes secundarios tampoco carecen de interés. El mejor ejemplo es Hernando (Alfonso Herrera), el novio secreto de Lito, un hipster en toda regla, un intelectual que lo mismo se apasiona con los murales de Diego Rivera que con un partido de fútbol o una lucha de wrestling, o lucha libre mexicana.
El cosmopolitismo de ‘Sense8’ es parte de su razón de ser, pues, en cierto modo, nos habla de cómo ocho individuos que viven en distintas partes del mundo, con culturas, idiomas y tradiciones completamente diferentes entre sí, son capaces de entenderse sin necesidad de palabras y de proyectarse unos en los otros hasta sentir, literalmente, lo que el otro siente, lo que vendría a dar rango de validez a la expresión “ponerse en la piel del otro”. Los títulos de crédito, con un montaje acelerado de imágenes de las ocho ciudades retratadas, es un fiel corolario.
Por último, hay que mencionar que la acendrada fotografía de ‘Sense8’ es obra del virtuoso camarógrafo John Toll, quien colaboró con Terrence Malick en la extraordinaria ‘La delgada línea roja’, y más recientemente, ya metido en series, en el piloto de ‘Breaking Bad’.
Veremos qué nos depara la segunda temporada –que Netflix anunció el día del cumpleaños de los sensates; es decir, el 8 de agosto–, pero si mantiene el pulso narrativo y la tensión dramática de la primera, el espectáculo estará asegurado.
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Óscar Bartolomé