Solicitamos su permiso para obtener datos estadísticos de su navegación en esta web, en cumplimiento del Real Decreto-ley 13/2012. Si continúa navegando consideramos que acepta el uso de cookies. OK | Más información
Series de televisión
Póster de 'Shameless', serie creada por Paul Abbott para Showtime sobre la gamberra e irreverente familia Gallagher.

Shameless (US), serie sobre la disfuncional familia Gallagher, con William H. Macy y Emmy Rossum en los personajes de Frank y Fiona

Tras la reciente conclusión de esta quinta temporada de ‘Shameless’, creo que va siendo hora de hablar de unas de las mejores comedias de la parrilla televisiva. Aunque los americanos son muy perezosos para importar series extranjeras, sobre todo si están habladas en otro idioma y tienen que poner subtítulos, es de justicia reconocerles que saben cómo adaptar fórmulas exitosas de otros países. Ya lo hicieron con ‘The Office’, con un genial Steve Carell que hacía olvidar a un gigante de la comedia como Ricky Gervais, y lo han vuelto a hacer con ‘Shameless’, esa odisea arrabalera protagonizada por los Gallagher, la familia más irreverente, gamberra y disfuncional que se pueda imaginar.

La familia Gallagher casi al completo, con sus vecinos Kev y Verónica, Mandy y el intrigante Steve/Jimmy.Es de agradecer, y sorprende un poco también, que Showtime, su productora, haya dejado total libertad a Paul Abbott, creador y guionista, para adaptar esta serie tan transgresora y explícita en contenido sexual en una sociedad tan pacata y puritana como la estadounidense, pero como queda demostrado por sus altas cifras de audiencia, cuando un producto cultural es bueno, el público responde, no importa que roce lo obsceno y sicalíptico. Un serie como ‘Shameless’ sería inviable, impensable con las tijeras de la censura de por medio. También es curioso que esté ambientada en Chicago, y no en Nueva York, donde tal vez sería más fácil imaginársela en primera instancia. Lo que no parecía muy difícil era encontrar un barrio o extrarradio obrero y deprimido como el de la serie. De ésos debe de haber a puñados en EE.UU., y aunque parezca inverosímil, también debe de haber individuos y familias tan grotescas y estrafalarias como los Gallagher.

Aunque Frank Gallagher (William H. Macy), el patriarca de esta tribu desestructurada, pueda ser considerado el rey de la función, lo cierto es que todos los personajes tienen sus propias tramas, de modo que al final el protagonismo está muy repartido y la narración sigue a unos y otros en sus a menudo patéticas andanzas mediante un efectivo montaje alterno. Creo que ésa es una de las principales razones de que, después de cinco temporadas, ‘Shameless’ conserve la frescura del primer día, cuando otras series, y tanto más las comedias, empiezan a sufrir el desgaste de los tópicos o de sus personajes arquetípicos.Fiona Gallagher es una experta en meterse en relaciones abocadas al fracaso y en enamorarse de hombres complicados, como Steve/Jimmy, ladrón de coches y quién sabe qué más.

‘Shameless’ ha servido para que un eterno actor secundario como William H. Macy, habitual de las películas de Paul Thomas Anderson, tenga ahora el protagonismo que sin duda siempre mereció y que nunca le dieron, quizás por su edad, quizás por su físico tan enteco y desaliñado. Su interpretación y su caracterización son encomiables, hasta el punto de que ‘Shameless’ no podría entenderse sin él.

Frank Gallagher es el perfecto ejemplo de parásito social, capaz de autolesionarse con tal de no tener que trabajar y cobrar una pensión vitalicia por invalidez –lo de tratar de engañar al seguro es una práctica habitual, y más en un país tan proclive a la picaresca como el nuestro, pero las aseguradoras no lo ponen nada fácil, y si es preciso contratan detectives que demuestren el fraude–. Vago, maleante, alcohólico, mal padre, homeless por vocación y filosofía vital, gorrón por naturaleza, alcohólico, drogadicto y orador de taberna en sus ratos libres, que son todos, siempre encuentra una víctima o huésped a quien pegarse y chuparle la sangre. Cuesta creer que, dadas sus apariencias desastradas, zarrapastrosas, mugrientas, de mendigo, alguien pueda fiarse de él, pero gracias a su labia, y a sus dosis de fortuna, siempre tiene a mano a un pobre diablo en una situación desesperada de quien aprovecharse y sacar tajada. Frank no tiene ningún escrúpulo o reserva moral. Sería capaz de vender a su abuela por un plato de lentejas, o, mejor dicho, por una birra, y además literalmente. No ya es que no cuide de su prole; es que se aprovecha todo lo que puede de ellos –hasta que al final le mandan a freír espárragos, claro está–. No ha habido antihéroe como Frank Gallagher, nadie que represente unos valores tan ruines y mezquinos, y sin embargo –aquí está el milagro de los guionistas–, nos encanta. Nos reímos con él y de él, y también, en ocasiones, nos emocionamos. Porque en esta quinta temporada hemos descubierto que Frank tiene corazón –aunque sea un corazón pequeñito–, que puede enamorarse y actuar de forma más o menos desinteresada, aunque me parece que no le va a durar mucho este arrebato altruista.

La alocada Fiona decide casarse con el guitarrista Gus el día después de conocerse.A pesar de que sus hijos tratan de alejarse del nefasto modelo paterno –y también del materno, pues Mónica, con trastorno bipolar o sin él, es tan inconsciente como Frank–, al final pesa sobre ellos una especie de maldición, la maldición de los Gallagher. La primogénita de Frank (bueno, hasta la aparición de Sammi) es Fiona (Emmy Rossum), una chica alegre y risueña, de mirada cándida y sonrisa ufana, desenfadada –y despendolada–, que es un desastre para las relaciones sentimentales, y que, por más que lo intenta, tampoco puede cuidar ella sola de su numerosa y problemática familia. Aunque luche contra su naturaleza y contra sus instintos, Fiona no puede evitar ser casquivana y disoluta, de ahí que le cueste tanto comprometerse con alguien –pero, paradojas de la vida, luego decide casarse con un chico, Gus, a quien acaba de conocer; y el resultado, como es fácil de prever, deviene desastre–. Se puede decir que no está hecha para las relaciones, más que nada porque se deja embaucar fácilmente por cualquier hombre que tenga un ascendiente sobre ella –como el intrigante y cínico Jimmy, alias Steve, interpretado por Justin Chatwin–, y al final siempre recae en sus malos hábitos. Es como si se sintiera impelida a tomar las decisiones más desafortunadas, o a enrollarse con los hombres menos recomendables, aun a sabiendas de que se meterá en un buen lío del que luego le costará salir.

En ‘Shameless’ no hay ningún pudor o recato a la hora de mostrar desnudos y escenas de sexo más o menos explícito. En ese sentido, Fiona se lleva la palma. Sólo recuerdo una actriz que haya salido tanto tiempo desnuda en la pantalla como Emmy Rossum. Me refiero a la bella Michelle Borth en la estimable serie, acabada antes de tiempo, ‘Tell me you love me’. No quiero parecer machista, pero es un placer para la vista.

En 'Shameless' hay abundantes escenas de sexo explícito, y casi no hay capítulo en que Emmy Rossum no salga parcial o totalmente desnuda.Luego están, por orden cronológico, Lip (Jeremy Allen White) e Ian (Cameron Monaghan), los hermanos más próximos en edad, y por eso los que más en común tienen y los que al principio comparten tramas, sobre todo con Karen y Mandy Milkovich. A mí, personalmente, me interesan mucho las vicisitudes de Lip, sobre todo a partir de la cuarta temporada, cuando por fin se decide a encauzar su portentosa inteligencia y acepta entrar en la Universidad. Si no lo echa todo a perder –y muy cerca está de hacerlo–, puede ser el único Gallagher que escape de la marginalidad y de esa maldición que pesa sobre la familia. Por el momento, ya tiene un futuro prometedor, a diferencia de Ian, que ha heredado la bipolaridad de Mónica (otra vez la maldición).

El personaje revelación de estas últimas temporadas se llama Mickey (Noel Fisher). Cuando lo conocimos, era el novio gay reprimido de Ian, un matón andrajoso y soez con muy poco carisma; un tipo realmente repugnante. Y hete aquí que, unas temporadas después, aquel individuo tan mostrenco, con una suciedad tanto moral como física que rivalizaría con la del mismísimo Frank, se nos muestra como un ser tierno y sentimental, enamorado y preocupado por la frágil salud mental de Ian, y ello a pesar de ejercer de proxeneta con su propia mujer y de desatender a su bebé. Desde luego, para operar una transformación tan radical como ésta, y sin que parezca nada artificiosa o disruptiva, sino una evolución psicológica coherente, hay que darles mucho mérito a los guionistas.

También se puede hablar de revelación con los más pequeños, Debbie (Emma Kenney) y Carl (Ethan Cutkosky), a quienes hemos visto crecer a marchas forzadas en estas cinco temporadas. Mientras que Debbie está en plena edad del pavo, con la consiguiente búsqueda de su sexualidad y reivindicación de su anatomía (qué falta te hace el gimnasio, muchachita) personalidad, Carl –genial aquel capítulo titulado ‘The legend of Bonnie and Carl’–, instigado por el desaprensivo Frank, está descubriendo su vocación para el lumpen, el hurto, el trapicheo y el menudeo de droga. Su rivalidad carcelaria con el rollizo y disminuido psíquico Chucky puede brindarnos momentos estelares en la próxima temporada.

Mickey Milkovich es el personaje revelación de las últimas temporadas por su relación con Ian.Luego están los omnipresentes vecinos, Kev (Steve Howey) y Verónica (Shanola Hampton), tan procaces y descocados como Fiona, y con historias disparatadas como esas sesiones porno webcam o el embarazo múltiple. Puede que hayan perdido fuelle en esta última temporada, pero no sobran, y se complementan bien con los Gallagher.

Al único personaje al que echo de menos –espero que algún día regrese– es a Jody (Zach McGowan), un tipo de lo más excéntrico, y en una serie como ‘Shameless’ no es fácil destacar por eso. Su ingenuidad y bonhomía, unido a sus prácticas naturistas y a su adicción al sexo, hacían de él un espécimen entrañable, casi un extraterrestre. Desde luego, la cara de pánfilo del actor no tiene desperdicio. Por el contrario, a quien no voy a echar nada de menos es a Sheila (Joan Cusak), quien, si bien en las primeras temporadas, con su agorafobia, sus manías, histerias y obsesiones varias y su coyunda con Frank, daba mucho juego, en las últimas era más un estorbo narrativo que otra cosa y estaba pidiendo a gritos que se deshicieran de ella.

Queda claro desde el principio que ‘Shameless’ es una comedia, pero si es tan buena es porque, además de divertida, también contiene no pocos elementos dramáticos. Y es que si algo hace de ‘Shameless’ la serie excepcional que es, es que sabe como pocas, como la vida misma, combinar lo cómico y lo trágico, lo hilarante y lo dramático de sus siempre alocados y en ocasiones también enternecedores personajes.

Tags: Shameless, Paul Abbott, Showtime, Frank Gallagher, Fiona, Lip, Ian, Debbie, Carl, Steve, Mickey, Mandy, William H. Macy, Emmy Rossum, Justin Chatwin, Cameron Monaghan, Jeremy Allen White.

TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR
Crítica de Louie

Crítica de Louie

Crítica de El séquito (Entourage)

Crítica de El séquito (Entourage)

Crítica de The Office

Crítica de The Office

subir

Óscar Bartolomé

Sobre El Parnasillo

Sobre El Parnasillo
El Parnasillo es una página cultural con un recorrido de más de 10 años donde podrás leer críticas cinematográficas y análisis fílmicos y de series de televisión.
Con el tiempo también fui dando cabida a otros géneros literarios como el relato, los aforismos y la poesía, hasta convertirse en la plataforma o revista multicultural que es hoy en día.
Ir Arriba