Sobre El Parnasillo

Ahora que se ha acabado el Tour y que Armstrong ha anunciado su retirada, creo que ha llegado el momento adecuado para hacer una reflexión sobre la hegemonía del heptacampeón tejano. El ciclista que ha dominado la Grande Boucle durante los últimos siete años ha entrado por méritos propios en la leyenda de este deporte, y su agigantada figura ya puede exponerse en la vitrina dorada de la ronda gala junto a los nombres ilustres de Eddie Merckx, Jacques Anquetil, Bernard Hinault y Miguel Induráin. Sin temor a equivocarse o a dejarse arrastrar por la euforia del momento, ya puede decirse que Lance Armstrong es el ciclista más grande y laureado que ha pasado por el Tour de Francia.
El corredor norteamericano ha batido todos los récords, imponiéndose de forma consecutiva en siete ediciones, una marca que se me antoja prácticamente imposible de igualar, cuanto menos de superar. Hasta ahora ningún ciclista había logrado sumar más de cinco títulos. También es verdad que nadie se ha preparado tanto como él para el Tour, su único objetivo, la meta de su vida. Armstrong diseñaba toda la temporada para rendir al más alto nivel durante el mes de julio. Otros ciclistas, en cambio, se marcan otros objetivos más modestos, como las clásicas o las otras dos grandes vueltas: el Giro de Italia y la Vuelta de España. Él no. Siempre lo tuvo claro: lo más importante era el Tour. Así pues, un mes antes de empezar la carrera disputaba la Dauphiné Liberé, una prueba ideal para medir sus fuerzas sin excesivo desgaste. Si bien es cierto que Armstrong es el hombre Tour por excelencia, nunca sabremos si habría sido capaz de ganar el mismo año un Giro y un Tour, como hizo Induráin en dos ocasiones. Su palmarés se reduce a estos siete Tours, un campeonato del mundo y un tercer puesto en la Vuelta de España, la carrera que le vio renacer después de haber superado un cáncer de testículo que se le había expandido hasta los pulmones. El cáncer fue su rival más temible, pero al hombre de ojos zarcos no hay obstáculo que le frene. Salió del bache con más fuerza que nunca. La quimioterapia, además de hacerle perder el pelo, le cambió la anatomía. Perdió masa muscular, convirtiéndose en un híbrido de contrarrelojista y escalador. Un ejemplar extraordinario, nunca antes visto, como una crisálida que se transforma en mariposa. A partir de ahí, el ciclán más famoso del deporte hizo de la Grande Boucle su metástasis, encadenando un éxito tras otro.
Sin duda, el Tour de Francia, con Jean Marie Leblanc a la cabeza, se siente orgulloso de haber contado con la presencia de Armstrong a lo largo de este tiempo, a pesar de que su aplastante superioridad provocara un paulatino desinterés del público, que no veía a nadie capaz de arrebatarle el cetro. Es obvio que a los aficionados les gusta el espectáculo, y que éste pasa por la competencia y las alternativas, algo que ha escaseado, bien es verdad. La pasión del tejano por esta competición quedó clara en su discurso de despedida en los Campos Elíseos. Es un amor mutuo el que se profesan. Armstrong ha entrado en el Parnaso vestido de amarillo, como la leyenda del pedal que es. El sueño de su vida hecho realidad.
Mucho se ha criticado a sus rivales. Hay quien dice que no los ha tenido. Hace dos años incluso se rumoreaba que le tenían tanto respeto que ni siquiera le atacaban, que todos salían resignados ante su pasmosa superioridad y que la disputa del podium empezaba en el segundo peldaño. Este año, en el que no han faltado la lucha y el sacrificio, esas críticas han disminuido considerablemente. Pienso que es muy fácil tachar de mediocres a los adversarios de Armstrong desde fuera. Para comprender lo difícil que resulta dejarle atrás es imprescindible montarse en una bicicleta y estar a su lado. Estoy convencido de que es el ciclista más fuerte que ha habido en la historia de este deporte. Domina todos los terrenos. Es un especialista en la lucha contra el crono y sube los puertos como el mejor escalador. Ante esta circunstancia, ¿qué se puede hacer? Entregarse y no darse por vencido hasta el último día, y eso mismo es lo que ha hecho Jan Ullrich, su gran oponente de toda la vida y el único que ha hecho tambalear su reinado. Fue en 2003, cuando en la contrarreloj de Cap de Couverte le sacó el nada desdeñable tiempo de minuto y medio. Es la herida más grave que se le ha infligido. Aquel día en el que hacía un sol de justicia, con el asfalto echando humo, el imbatible maillot amarillo se deshidrató perdiendo cinco kilos. Llegó a meta con los ojos hinchados, consciente de que su quinto Tour pendía de un hilo. Con lo competitivo que es (cualidad que siempre he admirado en él, a pesar de que no me gusten ciertas actitudes suyas), imagino las imprecaciones que debió de soltar al subir a la caravana, chorreando un sudor amargo. Aunque estaba más débil que nunca, a punto de caramelo, no perdió el liderato en ninguna etapa. Aguantó como un jabato los ataques de Ullrich en los Pirineos, y la última contrarreloj se saldó en tablas después de la caída del alemán (y es que las victorias de Armstrong deben mucho a la suerte, pues mientras que él nunca se ha caído o ha sufrido una enfermedad en siete años de carrera, a sus rivales les ha pasado de todo). Después de haber conseguido su triunfo más sufrido se dijo que en adelante se prepararía mejor para no volver a pasar por esas dificultades, y así fue. Dicho y hecho. Los dos siguientes Tours los ha ganado con relativa comodidad.
Armstrong despierta tantas simpatías como animadversiones, tanto en el pelotón como fuera de él. Durante la carrera actuaba como capo de la mafia. Para observar la autoridad y el respeto que imponía al resto de corredores basta con ver lo que le hizo el año pasado a Simeoni, un ciclista semidesconocido. Al intentar meterse en una fuga, el norteamericano salió detrás de él (cuando lucía el maillot dorado, para más inri) y le comunicó que no le dejaría irse. ¿La razón? Simeoni había inculpado a Michele Ferrari, el médico de Armstrong, en un juicio por dopaje. Esto era imperdonable para él. Le tenía más marcado que a Ullrich. Gestos tan soberbios y autosuficientes como éste le han granjeado la inquina de muchos compañeros. Tiene fama de arrogante y de ambicioso, como antes he dicho, y eso no sienta bien a todos. Acostumbrados a la generosidad de un campeón como Induráin, que cuando llegaba a meta escapado con otro corredor nunca le disputaba la etapa, la avaricia de Armstrong acrecentó su mala imagen. En su descargo hay que decir que siempre ha felicitado a los rivales que le han superado, como a Alejandro Valverde en Courchevel, y que, siempre que podía, intentaba propiciar una victoria de un compañero de filas, como a Floyd Landis cuando ambos militaban en el U.S. Postal.
Las victorias de Lance Armstrong han estado sustentadas por el infatigable trabajo de su equipo: el U.S. Postal, primero, y el Discovery Chanel, este año. Un gran bloque, qué duda cabe. Pero como se ha comprobado en esta edición, donde los vehementes ataques del T-Mobile le han dejado sin equipo en las primeras rampas de los grandes puertos, él solo se basta para defenderse. Ante eso poco más se puede hacer. Ullrich, Vinokourov y Kloden han rendido a un alto nivel, pero Armstrong es el más fuerte. Lo ha demostrado. Hay quien cree que los adversarios que tenía Induráin eran más competitivos, pues en ocasiones le metían en apuros. ¿Es que Chiapucci, Bugno o Rominger eran mejores que Ullrich? Nada más lejos de la realidad. Ullrich tiene más palmarés que esos tres juntos, nada menos que un Tour de Francia, cinco segundos puestos, un tercero, una Vuelta de España, un campeonato del mundo en ruta y en contrarreloj, etc. Ullrich estaba llamado a ser el relevo de Induráin, pues fue segundo el año de su debacle (y no quedó primero porque era gregario de Riis) y ganó la edición de 1997. Sus condiciones físicas eran similares a las del pentacampeón navarro. Si no se convirtió en el hombre Tour que debió haber sido fue porque se topó con el renacido Armstrong, un fuera de serie, y también, por qué no decirlo, porque le faltó ese punto de ambición que tenía Armstrong.
Tras su retirada se abre una nueva era en el Tour. De nuevo volverá a haber alternativas, aunque todo lo que no sea un triunfo de Ullrich, el mejor colocado, o Basso, el más fuerte en la montaña, será una sorpresa. ¿Y qué será de Armstrong a partir de ahora? Esperemos que no añore tanto la bicicleta como para volver a subirse a ella.
*Muchos años después de escribir este artículo se demostró, y el mismo Armstrong lo confesó ante Oprah Winfrey y las cámaras de medio mundo, que se había dopado, práctica que, desgraciadamente, parece fue muy común en el ciclismo durante aquella época y aun después. La organización del Tour le desposeyó de todos sus títulos, así que la opinión aquí vertida ha perdido vigor.
Óscar Bartolomé