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Críticas cinematográficas y análisis fílmicos
Cartel de 'Manhattan', de Woody Allen.

Manhattan, una película de Woody Allen

Empeño de muchos ha sido fotografiar la vida de las calles de Nueva York y acierto de unos pocos sacar una radiografía completa de la ciudad de los rascacielos. Martin Scorsese y Francis Ford Coppola lo lograron mostrando los bajos fondos y el crimen organizado. Woody Allen también lo consiguió, pero ofreciendo una cara mucho más amable, sin violencia pero con un deje melancólico.

En este sentido, el prólogo de ‘Manhattan’ es toda una declaración de intenciones. Cual si fuera un poema sinfónico, la cuna de Occidente nos abre sus puertas, enseñándonos sus imponentes edificios, su tráfico vertiginoso y su ritmo de vida frenético, en un montaje acelerado que culmina con unos fuegos artificiales, todo ello al son de la maravillosa y estilizada ‘Rhapsody in Blue’, de George Gershwin. Esta obertura es, por sí sola, la más hermosa oda que se ha dedicado a la ciudad de Nueva York, verdadero protagonista y embajador de la hondura de esta película.Hermosa vista nocturna de la ciudad del río Hudson, durante el paseo en calesa.

‘Manhattan’ fue el primer filme de Woody Allen rodado en blanco y negro y en formato Panavisión, y en él se aprecia un prurito esteticista al que es poco dado su autor. El excelente trabajo del director de fotografía Gordon Willis se nota en los encuadres medidos, en los planos sostenidos, en el fuera de campo, en los claroscuros, incluso en esa neblina que envuelve la ciudad y que le confiere un aura entre mágica y mefítica. Secuencias como la del Planetarium, la del puente de Brooklyn o la del paseo en calesa nos brindan la oportunidad de contemplar la faceta más desconocida del director de ‘Match Point’.

Maestro de la tragicomedia, género en el que ‘Manhattan’ representa su mayor cota artística, Woody Allen vivió a finales de los setenta, coincidiendo con su romance con Diane Keaton, una etapa de gloriosa efervescencia creativa. Sabedor de que su vocación como cómico de night club podía encasillarle y cerrarle las puertas a un tipo de cine más ambicioso, en esta época empezó a combinar la comedia con el drama, dando como resultado ‘Interiores’ y ‘Annie Hall’, su primera obra maestra, rodada dos años antes de la obra que nos ocupa.

En ‘Manhattan’ se dan cita todas las inquietudes de su autor: la inseguridad, el engaño, la infidelidad, la crítica mordaz a los diletantes con ínfulas de intelectuales..., sin olvidarse de sus autores de cabecera: Bergman, Strindberg, Tolstoi, Freud, etc. Allen, por su parte, vuelve a interpretar a su alter ego: ese personaje enteco, desgarbado, pusilánime, hipocondríaco y sarcástico que en esta ocasión lleva el semítico nombre de Isaac Davis, tan desorientado como Alvy Singer en su infructuosa búsqueda de la felicidad. Aunque tiene buen corazón, sus dudas amorosas le hacen ser egoísta.

La desacralización de la cultura o, por mejor decir, la fusión de la cultura academicista con la cultura de masas –de la literatura con el cine, o de Kafka con Groucho Marx, si se quiere– se observa en detalles tan inapreciables como el nombre del mejor amigo de Ike, Yale (Michael Murphy), una parodia de la pomposidad del ambiente universitario. Yale es el blanco de todas las críticas de Woody Allen: representa el arquetipo del intelectual postmoderno jactancioso y más bien fatuo, que alardea de estar escribiendo una inacabable biografía sobre Eugene O’Neill, pero que a la hora de la verdad prefiere comprarse un Porsche para flirtear con chicas fácilmente impresionables. La imagen más recordada de 'Manhattan': el banco y el puente de Brooklyn.En el terreno afectivo es inmaduro y propenso al autoengaño, lo que le convierte en una persona nociva y en un mal amigo. Es un hipócrita y miente a su esposa y a su amante al mismo tiempo. Incluso se engaña a sí mismo pretextando que al día siguiente, sin dilación, se marchará de casa para irse a vivir con su amante, siendo consciente, en el fondo, de que nunca reunirá el valor suficiente para tomar una resolución tan arriesgada. Aunque lo niegue, se siente cómodo llevando dos vidas paralelas y haciendo del embuste su hábitat natural. De ahí que sea un hipócrita. Cuando le confiesa a Isaac que tiene una amante, pero que con ella va en serio, no como las dos veces anteriores en que sólo tuvo una aventura, se le ve el plumero. En el colmo de la desfachatez, llega al extremo de censurar lo que él mismo hace, ponerle los cuernos a la mujer, arguyendo que él ama a su esposa y que esas situaciones le ponen tenso.

Mary (Diane Keaton), la periodista y amante de Yale, es tan inmadura y engreída como él, aunque no tan cínica. Cuando entre ambos idean esa “Academia de los sobrevalorados”, en la que incluyen a genios de la talla de Gustav Mahler, Scott Fitzgerald o Van Gogh, Ike no puede soportar en un primer momento su petulancia, aunque su posterior idilio nos hace pensar que en realidad está más cerca de ellos de lo que cree; más cerca del esqueleto del simio que de Dios, en todo caso. Su reacción visceral ante la soberbia actitud de Mary también hace bueno el dicho de que “los que se pelean, se quieren”; y en su profunda sabiduría, Tracy (Mariel Hemingway, nieta del celebérrimo escritor) intuye que detrás de esa inexplicable ojeriza se esconde una irresistible atracción.

Woody Allen y su musa por aquel entonces, Diane Keaton.En contraposición a la inmadurez y a la pedantería de los adultos, Tracy, la núbil novia de Isaac, es una muchacha que, a sus escasos diecisiete años, muestra una templanza y un equilibro afectivo envidiables. Es la única que sabe realmente lo que quiere. Su amor por Ike es incondicional, aun después de que él la deje por una mujer mayor –“aunque no tan mayor como yo”–. Acepta con tristeza y resignación, pero sin histerismos, la ruptura de su relación, y cuando Isaac vuelve por ella tras sufrir en sus propias carnes el rechazo de Mary, ella aún está dispuesta a acogerle en su seno. La capacidad de perdonar no está al alcance de cualquiera. El espectador se siente irremisiblemente fascinado por esta jovencita de sentimientos tan puros y exaltados, que además hace oídos sordos a las continuas chanzas de que es objeto por parte de Yale y Mary.

La última escena de ‘Manhattan’ es un compendio de todas sus virtudes. A la proposición que Tracy le hace a Ike de esperar seis meses a que regrese de Londres, éste dibuja en su cara la esperanza que ella le ha contagiado, sin borrar del todo su característico mohín de escepticismo. Después de hora y media de diálogo fluido e ininterrumpido, la mímica expresa todo aquello que no pueden decir las palabras. En el último plano, un rayo de sol se abre paso por el cielo plomizo de la metrópoli, dando a entender que, como tras destaparse la caja de Pandora, aún queda la esperanza.

Si algo me gusta de la filmografía de Woody Allen es que se trata de una defensa enconada de la sensibilidad frente a la inteligencia. Eso se percibe en ‘Manhattan’ mejor que en ninguna otra de sus películas. Durante la secuencia del Planetarium, Isaac Davis, hilvanando un discurso lúcido y brillante, musita mientras Mary le escucha:

Nada que valga la pena puede ser asimilado por la mente. Tiene que entrar por una abertura diferente, y disculpa lo vulgar de la imagen. Siempre he pensado que el cerebro es el más sobrevalorado de todos los órganos.

La inteligencia, como elemento aislado, es fría y áspera. Está bien para un ingeniero de la NASA o para elaborar abstrusos lenguajes de programación, pero es refractaria al arte. Las obras de arte no proceden de mentes superdotadas, sino de sensibilidades acendradas. Considero que el don de la sensibilidad artística, del que, obviamente, este ingenioso cineasta es portador, vale mucho más que un elevado cociente de inteligencia.

Isaac Davis busca las razones por las que merece la pena vivir.No sólo la cultura elitista recibe las diatribas de Woody Allen. La televisión tampoco se libra de sus corrosivas críticas. Ya en el prólogo, la voz en off del protagonista, que rehace una y otra vez el primer capítulo de su novela sobre Manhattan –la indecisión es un rasgo fundamental de Ike–, mete la televisión en el mismo saco que la basura o las drogas, entre las lacras de la sociedad. Más tarde, en un estallido de cólera, Isaac abandona su oficio como guionista de televisión cansado de ver espectáculos bochornosos. Éste no es un caso aislado dentro de su obra. Muchos de sus personajes han compartido la misma profesión, como en ‘Annie Hall’ y ‘Delitos y Faltas’. La razón es elemental: antes de dar el salto al cine, Allen trabajó como guionista de televisión, experiencia que, según parece, le marcó.

Por todo lo dicho, siempre será un placer acompañar a Ike por la Gran Manzana en su particular educación sentimental.

Tags: Manhattan, Woody Allen, Diane Keaton, Mariel Hemingway, Isaac Davis, Annie Hall, Gershwin, Rhapsody in blue.

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Óscar Bartolomé

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