House of cards (serie), crítica, opiniones y personajes: Frank Underwood (Kevin Spacey)
Hay personajes de ficción que no dejan indiferente a nadie. Uno de ellos es, qué duda cabe, Frank Underwood, el ambicioso y despiadado congresista demócrata que, gracias a sus tretas y ardides, consigue encaramarse al Despacho Oval de la Casa Blanca en la genial ‘House of cards’. Del mismo modo, hay personajes que parece que fueron creados para que los interpretara un actor y sólo uno; o, dicho a la inversa, actores que parece que fueron llamados a interpretar un personaje, y que ningún otro hubiera podido hacerlo igual. Así ocurre con Kevin Spacey y Francis Underwood. Son uno y el mismo; el uno no se entendería sin el otro.
Manipulador, arribista y teleológico, verosímil sátrapa sureño, moralmente ambiguo y ambiguo incluso en el sexo y capaz de mear sobre la tumba de su padre con la comitiva presidencial a escasos metros, Frank Underwood es el perfecto ejemplo de antihéroe de la televisión moderna, un villano carismático –valga el oxímoron– que concita a partes iguales la empatía y el rechazo de la audiencia, a quien se dirige en todo momento, haciéndole cómplice y partícipe de sus cínicos aforismos y de sus maquiavélicos planes. Es el mismo recurso cinematográfico que empleó Kubrick en ‘La naranja mecánica’ con el inolvidable Alex DeLarge y sus inquietantes miradas a cámara; una sutil manera de espolear la conciencia del espectador rompiendo los límites de la cuarta pared.
Underwood se mueve por los pasillos de la Casa Blanca como un Maquiavelo o un Castiglione en la Corte. Ve la política como un tablero de ajedrez donde manejar los trebejos a su antojo hasta obtener la victoria final, caiga quien caiga –y la analogía no es baladí, pues en ajedrez no hay pieza más decisiva que la Reina–. Tramar, conspirar, maquinar, chantajear, adular, matar, sí, incluso matar… son todos verbos de su particular diccionario político, un diccionario donde no cabe la palabra compasión. Quién sabe si entre sus libros de cabecera no estará el ‘Oráculo manual o arte de prudencia’ de Baltasar Gracián, muy popular en estos tiempos de asechanzas políticas y financieras, pues algunas de sus parénesis son ejecutadas con notable pericia.
Qué desperdicio de talento. Él eligió el dinero en vez del poder, un error que casi todos cometen. Dinero es la gran mansión en Sarasota que empieza a caerse a pedazos después de diez años. Poder es el viejo edificio de roca que resiste por siglos. No puedo respetar a alguien que no entienda la diferencia.” – Frank Underwood
Pero Underwood no sería quien es sin el concurso de su esposa Claire. Si antes decía lo bien que le sentaba a Kevin Spacey meterse en el traje de Frank, a Robin Wright Penn no le sienta peor el de Claire –lejos quedó la princesa prometida–. Y es que Claire, con su prestancia natural y su altivez nada disimulada, con su pelo corto rubio platino y su sonrisa siempre comedida, es una esfinge de hielo. Al contrario que a Frank, a quien se le transparenta su desmedida ansia de poder, a Claire no es fácil adivinarle sus verdaderas intenciones, aun cuando con el paso de las temporadas queda de manifiesto que sus ambiciones no son menores que las de él. Claire no se resigna a ser la esposa del hombre más poderoso de la Tierra, no se siente cómoda en el papel de primera dama; siente, antes bien, una imperiosa necesidad de seducir y de gobernar, y digo bien con este retruécano, porque seducir es gobernar y gobernar es seducir. Y aunque tiene un lado más emocional que Frank, al mismo tiempo es fría y calculadora, y tan resolutiva o más que él. Es una manipuladora nata, experta en el arte del engaño, y esas cualidades, claro está, la convierten en un valioso aliado y en un temible adversario –y si no, que se lo pregunten a Frank, que se vio seriamente amenazado por su codicia, por no tratarla de igual a igual–. Embajadora, diplomática, secretaria de Estado, vicepresidente o presidente en la sombra… Nada parece colmar sus ambiciones. Las desavenencias conyugales han sido uno de los focos de interés de estas últimas temporadas, porque Frank, pese a su narcisismo, quiere a Claire, y la necesita, pero Claire no quiere a nadie, ni siquiera a su moribunda madre; Claire sólo se quiere a sí misma.
Pero el entramado político de ‘House of cards’ se compone de muchos más personajes que el matrimonio Underwood. Petrov, el presidente ruso –con un parecido físico asombroso a Putin–, es la horma del zapato de Frank, igual de ególatra, cruel y despiadado, un duro negociador y un muro difícil de derribar. También están el multimillonario Raymond Tusk, Remy Danton, Jackie Sharp, Heather Dunbar y otros personajes relacionados con el mundo de la política y de los medios de comunicación –como los malogrados Zoe Barnes (Kate Mara) y Peter Russo (Corey Stoll)– que se interponen y comprometen las inicuas estrategias de Frank. En esta cuarta temporada marcada por las primarias incluso le ha salido un rival en las filas del partido republicano, el joven, arrogante y apuesto gobernador de Nueva York Will Conway, interpretado por Joel Kinnaman, a quien siempre recordaremos como el detective Stephen Holder en la infravalorada ‘The Killing’. Aunque alguien tan ladino y artero como Frank siempre se va a granjear una legión de innumerables enemigos, por suerte para él también cuenta con abnegados aliados, como el atribulado y perverso Doug Stamper (Michael Kelly), su mano derecha y factótum, y cuya lealtad hacia él está fuera de toda duda; es casi veneración lo que siente por su jefe y haría cualquier cosa por favorecer sus intereses.
En ‘House of cards’ concurren muchos temas de actualidad: la crisis petrolífera, el poder de los social media e Internet, ISIS y el terrorismo islamista, la pujante economía china, la regulación de las armas en EE.UU., los caucus presidenciales, etc. Y es que las campañas electorales de la ficción se desarrollan en paralelo a las de nuestros días.
‘House of cards’ es la adaptación de la miniserie británica del mismo nombre inspirada en la novela de Michael Dobbs, y está apadrinada por David Fincher, producida por Netflix y escrita por Beau Willimon. Llama la atención que muchos de sus capítulos hayan sido dirigidos por sus propios actores, siendo la más prolífica Robin Wright. Los créditos iniciales, con la sintonía musical de Jeff Beal, son una delicia y captan bien el ambiente burocrático y señorial de Washington.
A raíz de las numerosas acusaciones por abuso sexual que le salpicaron tras la irrupción del movimiento #MeToo, Kevin Spacey fue apartado de 'House of cards' en la 6ª y última temporada, y Claire ocupó el lugar de Frank Underwood en los salones de la Casa Blanca. Los guionistas resolvieron el asunto dándole muerte fuera de campo. Por supuesto, la calidad de la serie se resintió.